Post pandemia o post sistema

«Las masas humanas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido inyectado el veneno del miedo… del miedo al cambio» Octavio Paz.

Alfredo César Dachary
cesaralfredo552@gmail.com

La pandemia de coronavirus en sí no es el hecho más peligroso de los últimos siglos si el que la analiza la reduce a una epidemia global, que lo es, pero no es lo más importante, de la mega crisis en la que se desarrolla y los problemas e intereses que son el motivo de estas grandes contradicciones.

La pandemia es un gran espejo en el cual se refleja todo lo que el hombre no quiere ver, desde su propia finitud y fragilidad, a la finitud y fragilidad del planeta en donde vive, hecho que deriva de varios siglos de explotación intensiva e irracional de los recursos existentes y sus consecuencias, los residuos emergentes, ya que parece que los economistas se “olvidaron” de la segunda ley de la termodinámica.

Los grandes océanos ya están seriamente afectados, los polos alterados magnética y climáticamente, los continentes asolados y sujetos a un clima cambiante que se expresa en grandes tormentas, lluvias intensas, terremotos y maremotos, y además nuestra basura es tanta que nos ha permitido, como un monumento a nuestra irresponsabilidad, crear un nuevo continente, el “séptimo continente” de la basura, el plástico y todo lo que el hombre consume y tira en ejercicio de su incapacidad de comprender la lógica de un mundo vivo.

Para ello debemos entender a la pandemia como el resultado de un sistema inmoralmente injusto, que usa los recursos como algo infinito y sin considerar sus consecuencias, así la soberbia del humano está por encima de la razón, algo que se viene construyendo desde mucho tiempo atrás y a profundizarse desde el siglo XV con el inicio de la modernidad-colonialidad, descubrimiento y conquista de parte de Occidente, camino a un mundo globalizado.

La religión que se impuso con la modernidad y sus seguidores, que dividía al mundo entre los seres humanos (hijos de Dios) y los animales, y entre éstos y el reino vegetal y a su vez éstos con el mineral, la totalidad de la vida en sus diferentes dimensiones y correlaciones desaparecía, para dar lugar al homocentrismo como chauvinismo humano, y dentro de esto la dominación y explotación del hombre de la otra mitad de humanos, las mujeres, herejía que se profundizó con el desarrollo del capitalismo.

No somos todos iguales, los esclavos, los pueblos originarios, los pueblos nómadas; hoy los pobres y las mujeres, forman parte de esa injusticia de dominación y subestimación del concepto de totalidad que es la tierra como ser vivo, que hoy agredida y desbastada reacciona, no para castigar la afrenta, sino para recordar que el equilibro de los seres y demás partes de este planeta que están totalmente interconectados y al romperse el equilibrio vienen los grandes problemas.

De la peste negra al coronavirus.

La peste negra que asoló a Europa entre 1347 y 1400 ha sido la pandemia más mortífera de las que se tienen antecedentes hasta la llegada del actual COVID-19. Coincidentemente esta peste fue una zoonosis, al igual que el coronavirus, o sea, una enfermedad trasmitida por los animales, producida por un bacilo que vivía en las pulgas de las ratas negras y grises.

El origen y los efectos de las enfermedades infecciosas fue trabajado inicialmente por Williams H. McNeil, que en 1955 estudiaba la derrota del gran ejercito azteca a manos de otro pequeño dirigido por Hernán Cortés. Al final, descubrió que fue la peste de la viruela, desconocida en América y traída por los españoles, fue la que ayudó a derrotar al imperio Azteca.

El comercio y los viajes, así como el incremento de la población, pueden extender patógenos, tanto nuevos como antiguos entre continentes a una velocidad escalofriante. La pandemia tiene lugar cuando el organismo patógeno de un huésped no humano como el virus del VIH, muta y adquiere capacidad de infectar a los seres humanos.

Durante la conquista y colonización de América, un mercader que venía de Europa, un marinero de los barcos de puertos lejanos o las ratas, podían fácilmente generar y expandir una epidemia mortal, que fueron causas muy importantes en la drástica reducción de los primeros siglos de la conquista, lo que luego fueron, “reemplazados” por los esclavos provenientes de África.

Los científicos no saben con seguridad donde surgió el primer foco de roedores subterráneos infectados, y la principal conjetura es que fue en algún lugar de la región de los Himalaya al sur de China, que generó una cadena mortal de la pulga que convivían con las ratas y de allí el salto al humano.

Pero hay antecedentes de varios siglos atrás,así entre el 541-542 d.c., murió la cuarta parte de la población de Constantinopla. En el 622 se dio el último brote epidémico en Constantinopla y la peste se quedó en Asia, al perder Europa los caminos para el comercio terrestres y marítimos, la actual ruta de la seda, el aislamiento les dio unos doce siglos de no peste, aunque si otras tragedias como las grandes hambrunas.

En el siglo XIV se abren nuevamente las rutas terrestres y las caravanas traen a Europa, del este primero y el oeste luego, la peste negra. Parece una gran coincidencia que la ruta de la seda que se está reabriendo en estos tiempos haya sido el eje del viaje no deseado de los roedores y sus pulgas como agentes de la peste negra.

La formación de las nuevas redes de comercio en el mundo fruto de la expansión de la producción y el consumo, generó procesos de inmigración, colonización, producción y destrucción de sistemas ecológicos en muchas partes del mundo.

El carbón y la leña lograron hacer irrespirable el aire en las ciudades iniciales de la revolución industrial, en 1873 la famosa niebla de Londres, amarillenta y sulfurosa, era tan densa que la gente no se veía los pies y entre 1789 – 1880 mueren unas 3,000 personas, a causa de enfermedades pulmonares causadas por la “niebla”, contaminación que se dio también en Europa, Japón y Estados Unidos.

Entre 1750-1910, las zonas de cultivos se triplicaron lo mismo que los pastos para la cría de animales, lo cual generó una disminución del 10% de los bosques del mundo y, con ello, la reducción de las especies nativas, lo cual se consideró un gran “avance” civilizatorio y se lo promovió.

La mayor rapidez que generaban los nuevos medios de transportes y la necesidad de viajar de la gente aceleraban los intercambios de productos y de nuevas enfermedades. Un ejemplo es el cólera que existía hace muchos siglos en Asia, pero con los viajes a la Meca primero y a Europa después se comenzó a expandir por los ejércitos en 1830.

Una década antes, en 1820, la tuberculosis se convirtió en una verdadera epidemia. El cólera y la fiebre tifoidea, entre otras, que se pueden trasmitir vía el agua llevó, en 1840, a que los médicos ingleses las identifiquen y generen sistemas de tratamiento de aguas residuales y agua potable más limpia.

La aceleración de la explotación intensiva de los recursos naturales repercutió en el mundo animal y éste en los humanos, generando enfermedades y epidemias hasta llegar en la segunda década del siglo XX a la tristemente célebre Influenza española, que se origina en un fuerte militar de Estados Unidos y su ejército la transmite en toda Europa.

En la modernidad avanzada, la producción social de riqueza va acompañada sistemáticamente por la producción social de riesgos y, por lo tanto, los problemas y conflictos del reparto en la sociedad de la carencia, son sustituidos por los problemas que surgen de la producción, definición y reparto de los riesgos producidos de manera científico-técnica.

Éste está vinculado por dos condiciones, una es que el cambio se consuma cuando el nivel alcanzado por las fuerzas productivas humanas y tecnológicas y se dan seguridades y regulaciones del estado social.

El segundo cambio categorial depende del crecimiento exponencial de las fuerzas productivas en el proceso de modernización y se liberen de los riesgos y las potenciales auto-amenazas desconocidas hasta el momento.

Así emerge el nuevo paradigma de la sociedad del riesgo, que en su núcleo tiene un problema, se puede minimizar, canalizar los riesgos y peligros que se han producido en el proceso de modernización o limitarlos y repartirlos como “efectos secundarios”, para que “no” obstaculicen el proceso de modernización, mientras no sobrepasen los límites soportables ecológico, médico, psicológico y social.

Así, la pandemia nos lleva a reencontrarnos con la sociedad del riesgo, y a ver en el espejo todo lo que ha ocurrido y hemos subestimado, subvalorado o desdeñado, aumentando así el daño cada vez más irreversible en el planeta.

Así es como el proceso de modernización se vuelve reflexivo, se toma a sí mismo como tema y problema, el abordaje de las consecuencias en la aplicación de las tecnologías en el ámbito de la naturaleza, la sociedad y la personalidad, son sustituidas por cuestiones de gestión, política y ciencia a través de la administración, descubrimiento, inclusión, ocultamiento de los efectos generados o “externalidades del sistema”.

Pero la pandemia nos ha dicho basta y la crisis que viene tras ella aumentará el problema y el cambio climático que está como telón de fondo, pero vivo, nos llevará a repensar el modo en que vivimos y los costos que debemos asumir, sino logramos racionalizar la sociedad actual del consumo per se a un mundo posible, viable, pero fundamentalmente justo y ético, dos palabros “obsoletas” en este mundo de la simulación.

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