Mediterráneo: imperios, emporios, turismo y guerras

Alfredo César Dachary, Mexico. «El agua es la fuerza motriz de toda la naturaleza» Leonardo da Vinci.

El mar Mediterráneo, la cuna de Occidente, en principio de mucho más, no solo civilizaciones sino grandes imperios. Para muchos es una amplia vía para el transporte marítimo, pero a la vez es un puente entre Oriente y Occidente, al este entre el norte y el sur lo es de Europa y África y al oeste es la puerta que limita al Atlántico y Europa, o sea, entre América y Europa.

Para Sid Ahmed este mar se confunde al principio con el mundo grecorromano, ya que los informes sobre éste se remontan a 1000 años a. c., que simbolizan la Edad Media griega y punto de partida de la información con los poemas homéricos.

Éste se limitaba a un pequeño rincón en los Balcanes y algunos enclaves en la costa turca del mar Egeo, pero para el año 117 a.c. el imperio Romano se extendía por cerca de 4,800 km2 desde el Atlántico al Cáucaso, de Inglaterra y el Rin al norte hasta el Sahara y el golfo Pérsico al sur, dominando ciudades importantes como Roma, Alejandría y Cartago.

La población de la cuenca mediterránea oscilaba entre los 50 y 60 millones al principio de la era cristiana, por lo que se le consideraba a este mar como el Mare Nostrum, con grandes centros como Siracusa, Antioquia o Constantinopla.

Al verlo a este mar desde la perspectiva histórico-geográfica, John Julius Norwich, lo define como un “milagro”, por ser algo único una masa de agua que casi encerrada con la pequeña boca por las columnas de Hércules, que a su vez comunica tres continentes: África, Europa y Asia.

Para Fernand Braudel es un viejo cruce de caminos en el que “se han superpuesto varias civilizaciones, unas sobre otras” y, según la descripción histórica, el Mediterráneo es un condensado de pasiones entre ribereños del norte y del sur, entre judíos y palestinos, entre chiíes y suníes, entre árabes y africanos; una cuenca cerrada y rodeada de una veintena de Estados. Un 8% del espacio marítimo global por el que transitan un cuarto del comercio mundial y dos tercios de los flujos de energía destinados a los países europeos.

Por ello, hoy éste es un mar surcado de tuberías y cables submarinos, un corredor entre el Atlántico por el estrecho de Gibraltar y el océano Índico o el Pacífico por el canal de Suez y el mar Rojo y el mar Negro escenario bélico de Ucrania y Rusia, conectados al Mediterráneo por el estrecho del Bósforo.

En esta última década ha sido objeto de apuestas entre poderes, tea­tro de operaciones de varias potencias y foco de crisis múltiples inflamadas en la actualidad sobre el fondo de una “caótica multipolaridad sin precedentes”, según el análisis de Jean-Michel Martinet, investigador asociado de la Fundación Mediterráneo de Estudios Estratégicos (FMES), que ve en el Mediterráneo “a la vez un puente y un tapón entre dos mundos: los países de su orilla norte – ricos, posmodernos y con una población que envejece – y los países de la orilla sur, enfrentados a dificultades económicas, demográficas, sociales y políticas” .

“Este mar ha pasado de ser un espacio compartido a un espacio en disputa”, señalaba el informe redactado justo antes de la invasión de Ucrania por los diputados franceses Jean-Jacques Ferrara y Philippe Michel-Kleisbauer, en el que enumeraban varias fuentes de tensiones : estrategias y rivalidades entre potencias Rusia, Occidente, China, y la presencia de lógicas de “anti acceso” por Rusia, Siria, Turquía ,  a estos detonantes se les suman los conflictos “congelados”  como Chipre, Sáhara Occidental y la inacabada guerra civil libia y en los países del Sahel Malí, Burkina Faso o Níger.

 El problema está dado porque el conflicto entre Rusia y Ucrania que hace estragos en el este de Europa y a orillas del mar Negro, que solo tiene salida al mar Mediterráneo puede ampliarse, acelerarse y ser más destructivo con la presencia de tropas y material bélico de la OTAN, mucho de ello ya está en Ucrania.

A ello se le suman nuevos focos y detonantes, como son la quinta guerra en Gaza que se está ampliando con el apoyo de Estados Unidos en una actitud muy peligrosa, por ser un año electoral en ese país; una Armenia que ve su territorio amputado a la sordina, y a ello se le suma una exacerbada inseguridad alimentaria y energética que está alterando el actual orden mundial con nuevas alianzas y organizaciones para responder a esta compleja situación.

La guerra en Ucrania supone una ruptura mediterránea, según lo apunta el almirante Pascal Ausseur y Xavier Pasco señala el gran resentimiento y, a veces, el aborrecimiento del que es ­objeto Europa por una parte cada vez mayor de los pueblos africanos y de Oriente próximo, que asimila las naciones del Viejo Continente a “instigadores de guerras, Estados que aplican un doble rasero en lo que respecta a los refugiados y que son responsables de la hambruna que se está incubando”.

Al margen de las repercusiones en el mar Negro de la invasión rusa en Ucrania y de las consecuencias en el mar Rojo de la guerra en Gaza, los peligros se multiplican en este muy exiguo espacio mediterráneo ante una nueva confrontación entre Grecia y Turquía (acciones en los islotes, captura de buques de prospección o explotación gasística, el estatus de la autoproclamada República Turca de Chipre del Norte); e incidentes reiterados entre Israel e Irán (incursiones aéreas y escaramuzas navales o en tierra firme); escalada de las tensiones entre Israel y el Líbano (con la interposición de Hezbolá); y la posible desestabilización de los regímenes egipcio y tunecino; agravamiento de las tensiones entre Marruecos y Argelia a propósito del Sáhara Occidental; reanudación de la guerra interna en Libia, convertida en hogar del yihadismo internacional; ataque o sabotaje de cables submarinos o de gasoductos; instrumentalización de los movimientos migratorios con fines políticos (como Ankara o Rabat); contenciosos sobre la delimitación de las aguas…

La tendencia a poner en tela de juicio las fronteras marítimas preocupa, sobre todo, a los países de la orilla norte, poseedores de flotas acostumbradas a disponer libremente de la “alta mar” y que llevan varios siglos manteniendo con los océanos relaciones de explotación, pero cuyo terreno de juego se está viendo reducido.

La Convención de las Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar de Montego Bay (Convemar), que entró en vigor en 1994, consagraba la instauración de zonas económicas exclusivas (ZEE) en un espacio que se extiende hasta 200 millas marinas (370 kilómetros) a lo largo de las costas: una concesión a los Estados costeros, en especial a los paí­ses del sur, que confiaban en poder beneficiarse de los recursos de estas aguas.

A cambio, la Convención garantizaba la libre circulación marítima por estos espacios – buques de guerra incluidos – e incluso por las aguas territoriales, 12 millas marinas, algo más de 22 kilómetros, a condición de tratarse de un “paso inofensivo”.

En este mar se cruzan las dos procesiones de viajeros del mundo, las del turismo y las de los inmigrantes y ello le suma a la amenaza real ante la cantidad de conflictos en el Mediterráneo, mar Negro y los canales de vinculación desde el Bósforo al de Suez. Por ello, el turismo puede ser afectado en cualquier momento, con costos difíciles de imaginar, pero repercusiones muy grandes dada la ubicación entre Europa y África.

Los riesgos de inestabilidad en las riberas sur y oriental del Mediterráneo tienen raíces históricas, políticas, socioeconómicas y religioso-culturales, y estudiándolas podemos encontrar, alguno de los siguientes factores susceptibles de generar situaciones conflictivas:

  • El extremismo religioso por Estados o grupos de presión, llegando al nacionalismo radical y a los conflictos étnico-religiosos.
  • Terrorismo de grupos armados islámicos a montar en Europa redes de apoyo logístico y, en algunos casos, a llevar a cabo atentados.
  • Peligro de que los países en los que se concentran enormes reservas energéticas sufran una radicalización extrema y utilicen esos recursos como arma política de primera magnitud.
  • Aumento de las emigraciones ilegales.
  • Tráfico de armas, tanto convencionales como de destrucción masiva.
  • Crimen organizado. Existencia de mafias, bandas, etc. envueltas en tráfico ilegal de bienes, drogas, armas y personas.
  • Existencia de varios gobiernos autocráticos, con el riesgo de desestabilizaciones o incertidumbres.
  • Reivindicaciones territoriales o de espacios marítimos o aéreos.
  • Con respecto al propio Mediterráneo, acciones tendientes a restringir el libre uso del mar, con limitaciones sobre las actividades económicas, agresiones contra el medio ambiente marino o negativa al cumplimiento de acuerdos internacionales en esos sentidos.

Así el Mediterráneo recupera una mayor presencia en una zona de fricción importante del mundo, incluido el canal de Suez, y tendrá que tener un mayor control para evitar cualquier situación que sirva de detonante a problemas mundiales ya conocidos anteriormente.

Doctor, Alfredo César Dachary, Mexico. cesaralfredo552@gmail.com PSS 11/11/2024

Créditos fotográficos: pexels-joaquin-carfagna-3131171-16753352 (1)
Scroll al inicio