El capitalismo de cristal
¿Y de qué vale recordar el pasado cuando no soy en absoluto capaz de escaparme de mi mismo? Fíodor Dostoyevski.
Alfredo César Dachary
cesaralfredo552@gmail.com
En el mundo empresarial emergió con el siglo XXI una nueva demanda, la de la legitimidad social, que consiste en una variedad de requisitos de conformidad con valores y prácticas sociales importantes que no son, salvo excepciones, legalmente exigibles ni precisas a priori, pero sí tienen sanción social o política.
Ante la ausencia de reglas claras y de información fiable, esta nueva prioridad fue ocupada por el ranking, los premios y las certificaciones, que son formuladas como veredictos que emiten una variedad de nuevos actores: consultorías especializadas, instituciones, ONG´s nacionales e internacionales, asociaciones empresariales, que tienen la característica común de nominarse escudriñadores, demandantes de información y buscadores de la máxima exposición de sus juicios.
Esto que ha pasado de ser una buena práctica a integrarse en la burocracia oficial a través de institutos especializados y oficinas específicas de las Secretarías, es lo que hoy se denomina el “capitalismo de cristal”.
Pero esta práctica, inicialmente de orden moral y ético que forma parte del arsenal estratégico del sistema para buscar legitimaciones perdidas, tiene también una cara oscura y es que se emplea la transparencia como herramienta de control y dominación social.
Las marcas que el capitalismo de ayer, hoy y siempre deja en los cuerpos, las máquinas y los mecanismos de producción, acumulación e intercambio y consumo de mercancías, un formato infantil que está en la base de las prácticas relacionales cotidianas y constituyen los puntos cardinales que orientan la vida en el capitalismo de cristal.
La transparencia de nuestras limitaciones, dudas, miedos y ambiciones las hacemos realidad en redes sociales, o sea, como especie vamos dejando un rastro por el que nos pueden seguir para poder encantarnos con algo más para consumir, o una idea para invertir u otro elemento que la vasta gama de oferta de la sociedad del consumo hace posible.
Esta es la fuente de riqueza de Google que se atribuye la función y el derecho para rescatar todo lo que hacemos o pensamos, sobreponiendo la memoria humana y la tecnológica, y nuestras ideas se transforman en mercancía en el mercado mundial del marketing, en el control policial y en los mecanismos de guerras virtuales que ya están siendo implementadas y muchas cosas más.
El muro de Facebook es la cruda metáfora del vínculo entre la conciencia y los bajos fondos del yo, es el “confesionario moderno” de cara al círculo social que tiene el derecho a acceder, divertirse o disfrutar de nuestras intimidades; el último muro que derribaron las tecnologías, lo privado.
A la par memoria/olvido y la mirada se dan cita en el IPad. Ya que éste representa la metáfora más acertada para pensar y pensarnos. El estuche natural es la mano, de la angustia oral a la ansiedad táctil, con la insistencia celosa del neurótico más obsesivo, hemos pasado de llevarnos a la boca el cigarrillo a desbloquear el móvil entre 80 y 150 veces al día, según un análisis del portal tecnológico CONECTOCA del 28 de abril de 2016.
Y es que cristal y transparencia son un matrimonio de conveniencia de dicho y, de hecho, que han dado magníficos resultados en las complejas funciones de control y dominación social; son los escenarios habituales de la tragedia denominada “antidemocracia”, el contenido lo da el segundo apellido, ya sea global, neoliberal u otro.
La principal virtud del capitalismo es una condición natural: su fantástica estrategia adaptativa y uno de los ejemplos más emblemáticos de estos tiempos, lo dio el economista inglés Paul Mason que afirma en su libro “El post capitalismo”, que el neoliberalismo es un ejemplo de dominación perfecta ya que logró que la gente consuma más (deba más) con menos salario.
El capitalismo de cristal es frágil como todo lo de cristal y por ello es propenso a quiebras nacionales e internacionales, pero siempre llega el que realiza los cuidados intensivos: rescates financieros o amnistías fiscales. Es quebradizo por ello propenso a fakenews y hackeos, inicialmente la excepción y hoy la regla, ya que el mundo necesita vender una imagen diferente a la real para poder sobrevivir.
Hoy, el capitalismo de cristal no crea nuevas grandes máquinas, sino que despide esa época que era “sólida” con nanotecnología que no se ve, la nube y similares, todas muchas veces más potentes que las grandes máquinas de la Revolución Industrial; es la era de la sociedad líquida.
El capitalismo de cristal, lo es a su vez del entretenimiento, ya que se logró romper la barrera entre tiempo de trabajo y el descanso, y uno de los nuevos y más importantes agentes de este modelo lo son los turistas. Viajar es más un juguete que un juego, del que se desprende como una insólita protuberancia el tipo ideal de acción racional con arreglo a fines, un turista con denominación de origen que transita circuitos sin pérdida de ida y vuelta, disfrazando su inquietud errante con máscaras de frenesí y excentricidad, se trata de “nuevas experiencias”.
Pero los juguetes del nuevo capitalismo son muchos, aunque de excelencia se destacan tres: el automóvil, el reloj y el celular, inicialmente de difícil acceso y hoy masificados ante el consumo acelerado, que deja fuera a muchos de ellos y eso se transforma en consumo popular.
El automóvil es el líder carismático que conserva una autoridad ganada a golpe de petulancia y velocidad, hoy con muchas opciones que lo hace asequible a importantes masas de la sociedad, pero también es la expresión de la gran asimetría porque los hay de precios impensables a otros de muy bajo y que se logran masificar.
El reloj, para algunos la primera máquina que controló al hombre al marcar los tiempos de trabajo y de descanso, hoy ha derivado en un fetiche de alta gama que no ha dejado de tener importancia social, aunque tiende a ser reemplazado por el de los celulares.
El teléfono móvil, artilugio auto-erótico que forma ya parte del propio organismo y se eleva como cabestro que engrandece la conciencia por las calles relacionales del inconsciente social.
Freud sugiere que el hombre ha llegado a ser un Dios con prótesis, magnífico cuando se coloca los artefactos, pero éstos no han crecido de su cuerpo, es la parte autonomizada de un todo que entonces altera y al que puede llegar a sustituir.
Desde el 2008, año que se inicia la crisis hasta 2018, fue definida como la sociedad gaseosa “una sociedad formateada por un capitalismo que todo lo evapora encerrado en una olla a presión”. Pero ahora se ha transformado nuevamente en el capitalismo de cristal, cuyo destino es incierto, aunque ya muchos le auguran un final.
Lo que viene son grandes retos, como poder aterrizar una sociedad más justa, que brinde oportunidades y no sublimice las amenazas con la robotización ya avanzada, pero que se transforma en una amenaza no solo por la pérdida de los puestos de trabajo, sino por el papel del ser humano, como suplementario en una sociedad tecnológica, controlada por un grupo minoritario de humanos y grandes máquinas.
Se podrá evadir el muro de Facebook, la sensualidad del celular, la velocidad de los medios y el vacío de los sujetos cada vez más individualistas, que no han comprendido que eso es hacerle el juego al nuevo sistema hiper-tecnológico, con el planeta al borde de una crisis profunda y sin ideas para alterar este camino aparentemente directo a un colapso.
Cada época posee una serie de particulares, marcas características y objetos fetiche privilegiados de variaciones cromáticas y humores mejores o peor llevados, de idearios de colección personal y obsesiones de imaginarios colectivos, de formatos sublimes y formas de hecho que se relacionan entre sí con los acontecimientos de la historia.
Cada forma del mundo capitalista posee un cuerpo general de signos a los que se aferra para estimularse y reproducirse y de cada una de ellas emerge una sensibilidad particular. De allí el reto de un proceso de cambio, contra un sistema que ha logrado permear todo bajo sus ideas e imaginarios, un reto excepcional pero posible.