Democracia y Libertad
“Sin democracia la libertad es una quimera” Octavio Paz.
Alfredo César Dachary Mx.
cesaralfredo552@gmail.com
Hace dos años Shoshana Zuboff, titular emérita de la catedra Charles Edward Wilson de la Harvard Business School y asociada en el Berkman Center for Internet Society de la Harvard Law School, presentó un libro interesante: “La era del capitalismo de la vigilancia”.
Este trabajo excepcional analiza lo que es el capitalismo de la vigilancia que “reclama unilateralmente para sí la experiencia humana, entendiéndola como una materia prima gratuita que puede traducir en datos, comportamientos”. Esto ha llevado a los procesos automatizados realizados por máquinas que no solo conocen nuestra conducta, sino también modelan nuestro comportamiento en igual medida.
Esto pone en juego algo de máxima importancia, toda una arquitectura global de modificación de la conducta amenazada con transfigurar la naturaleza humana en el siglo XXI, de igual modo a como el capitalismo industrial desfiguró el mundo natural en el siglo XX. Así la amenaza supera a la del “Gran Hermano” totalitario del Estado del libro “1984”, a una arquitectura digital omnipresente, el “Gran Otro”, que opera en función de los intereses del capital de la vigilancia que va más allá del estado nacional, es global.
Esta colosal acusación que sale de la universidad más importante de Estados Unidos, que denuncia las “Nuevas fronteras del poder”, en sí misma va más allá de lo que un enemigo del sistema podría denunciar y, sin embargo, no ocurrió así, ¿por qué?
Desde el inicio de la guerra fría se han ido creando enemigos, a veces reales y otros artificiales, que han servido a una sociedad que requiere de la dicotomía y aumentar su celo por sus principios, algunos casos fueron más políticos que reales otros solamente políticos, pero el aparente control no cesa nunca y ahora en la era del capitalismo de la vigilancia mucho menos.
Hoy vivimos casi en silencio a no ser por grupos de defensa, la injusta detención de Julián Assange fundador de WikiLeaks, detenido en Gran Bretaña, desde su expulsión de la Embajada de Ecuador en Londres.
Luego de un juicio promovido por el gobierno de Estados Unidos, la juez determinó que no puede ser extraditado del Reino Unido a Estados Unidos debido a problemas de salud mental, ya que quedó demostrado que el periodista de origen australiano de 49 años presenta riesgo de suicidio y podría quitarse la vida si es procesado en Estados Unidos, donde enfrenta cargos por la publicación de miles de documentos clasificados en 2010 y 2011.
La venganza no tiene límites y ya lo vivió en carne propia la ex militar Bradley Manning, que estuvo presa y luego fue liberada por Obama, aunque aún tiene amenazas a su libertad. Edward Snowden, hoy exilado o refugiado en Rusia, debe la vigilancia secreta de las telecomunicaciones de millones de usuarios realizada por la Agencia Nacional de Inteligencia (NSA).
El economista Daniel Ellsberg fue la pesadilla del Secretario de Estado Henry Kissinger ya que era miembro del ‘think tank’ Rand Corporation, comenzó a trabajar para el Pentágono en 1964 y luego fue enviado a Vietnam, como funcionario de la embajada de Estados Unidos. Él filtró los famosos “papeles del Pentágono”, 7,000 páginas con información detallada sobre por qué comenzó la guerra de Vietnam y cómo se planeó, y el ‘New York Times’ publicó un extracto en 1971. No fue condenado, quizás por todo lo que sabía ya que estaría en un rango muy superior a los otros dos antes mencionados.
Pero entre estos nuevos Robin Hood de la justicia informática, hay un antecedente del que poco se habla y que tiene un gran valor porque fue el primer gran hacker del conocimiento, pero sin uso comercial abierto a toda la sociedad, se trata de Aaron Swartz, un joven norteamericano, nacido en Chicago, que fue un prodigio de la informática, ya que a los 14 años contribuyó a la programación del protocolo RSS 1.0 formato para abonarse a las publicaciones en línea y poco después fundó la red social Reddit.
Fue un activista y pieza clave en las pugnas ciudadanas que enfrentaron a las leyes SOPS y PIPA, ley que responsabilizaría a aquellos buscadores, portales y páginas que publiquen links de contenido protegido y otras webs de descargas. Mediante una orden judicial, cualquier productora de cine que descubra que una página ofrece copias ilegales de sus películas, podría obligar a Google a eliminarla de los resultados del buscador.
Su mayor logro fue que, aprovechando su extraordinaria capacidad en temas de computación, logró ingresar en la biblioteca digital del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) y comenzó a bajar todos los archivos allí almacenados y los difundía públicamente. Así mismo, Swartz fue el primero que habló, escribió y programó en lo que hoy conocemos como criptomonedas, criptografía, Blockchain, bitcoin, ethereum, etc.
Ante esta situación lo buscó el gobierno de Estados Unidos para enjuiciarlo y se fue a Europa, y al regresar fue detenido y comenzó la presión de los fiscales federales para hacerlo que se auto incrimine. La presión de las autoridades judiciales, siempre en exceso lo llevó a que el 11 de enero del 2013, se suicidara en el Brooklyn, New York.
De su ejemplo por socializar y no capturar la información para tratarla como mercancía, hay un ejemplo excepcional, que no deberíamos olvidar, porque fue un joven hijo de una familia adinerada, que sacrificó su carrera académica por socializar la información para uso de todos. A continuación, está el manifiesto que escribió años antes en Italia.
El manifiesto de Aarón Swartz
“La información es poder. Pero como todo poder, hay quienes quieren quedárselo para sí mismos. Todo el patrimonio científico y cultural del mundo, publicado durante siglos en libros y revistas, está siendo cada vez más digitalizado y guardado por un puñado de empresas privadas.
¿Quiere leer los artículos que presentan los resultados más famosos de las ciencias? Deberá enviar cantidades enormes a editores como Reed Elsevier. Hay quienes luchan/luchamos por cambiar esto. El Movimiento de Acceso Abierto ha luchado valientemente para garantizar que los científicos no firmen sus derechos deautor, sino que se aseguren de que su trabajo se publique en Internet, en condiciones que permitan a cualquiera acceder a él.
Pero incluso en los mejores escenarios, su trabajo solo se aplicará a lo que se publique en el futuro. Todo (lo publicado) hasta ahora se habrá perdido. Ese es un precio demasiado alto a pagar.
– ¿Obligar a los académicos a pagar dinero para leer el trabajo de sus colegas?
– ¿Escaneando bibliotecas enteras, pero solo permitiendo que la gente de Google las lea?
– ¿Proporcionar artículos científicos a los estudiantes de las universidades de élite del Primer Mundo, pero no a los niños del Sur Global?
Es indignante e inaceptable. ‘Estoy de acuerdo’, dicen muchos, ‘pero ¿qué podemos hacer? Las empresas poseen los derechos de autor, ganan enormes cantidades de dinero cobrando por el acceso, y es perfectamente legal; no hay nada que podamos hacer para detenerlos’.
Sin embargo, hay algo que podemos hacer, algo que ya se está haciendo: podemos contraatacar.
A aquellas personas con acceso a estos recursos (estudiantes, bibliotecarios, científicos) se les ha otorgado un privilegio. Si tú eres uno de ellos, tú tienes la oportunidad de alimentarte en este banquete de conocimiento mientras para el resto del mundo está bloqueado.
Pero no necesitas -de hecho, moralmente, no podrías- conservar este privilegio para vos mismo, únicamente para vos. Tienes el deber de compartirlo con el mundo. Lo que tienes que hacer es: intercambiar contraseñas con colegas, completar solicitudes de descarga para amigos.
Mientras tanto, los que han sido excluidos no deben quedarse de brazos cruzados. Hasta aquí, han estado escabulléndose por los agujeros y trepando vallas, liberando la información encerrada por los editores y compartiéndola con sus amigos. Pero toda esta acción transcurre en la oscuridad, escondida bajo tierra. Se llama robo o piratería, como si compartir una gran cantidad de conocimientos fuera el equivalente moral de saquear un barco y asesinar a su tripulación. Pero compartir no es inmoral, es un imperativo moral. Solo aquellos cegados por la codicia se negarían a permitir que un amigo hiciera una copia. Las grandes corporaciones, por supuesto, ellas están cegadas por la codicia.
Las leyes bajo las cuales operan así lo exigen: sus accionistas se rebelarían por algo mucho menor que esto. Y los políticos han sido comprados, aprobando leyes que les dan el poder exclusivo de decidir quién puede hacer copias.
No hay justicia en seguir leyes injustas. Es hora de salir a la luz y, en la gran tradición de la desobediencia civil, declarar nuestra oposición a este robo privado de la cultura pública. Necesitamos acceder a la información, esté almacenada donde sea, hacer nuestras copias y compartirlas con el mundo. Necesitamos tomar las cosas que no tienen derechos de autor y agregarlas al archivo. Necesitamos comprar bases de datos secretas y ponerlas en la Web. Necesitamos descargar revistas científicas y subirlas a redes de intercambio de archivos. Necesitamos luchar por Guerrilla Open Access.
Con suficientes de nosotros en todo el mundo, no solo enviaremos un mensaje contundente en contra de la privatización del conocimiento, sino que lo convertiremos en una cosa del pasado. ¿No te queréis sumar?” Aaron Swartz, julio de 2008, Eremo, Italia.