De la revolución verde al cambio climático ¿un camino de fracaso?
“Hemos tenido todo lo que podíamos desear y, sin embargo, ahora podríamos acabar sin nada. Probablemente ya ni siquiera tenemos futuro” Greta Thunberg.
Alfredo César Dachary
cesaralfredo552@gmail.com
Hoy enfrentamos una larga serie de amenazas al planeta generadas por nosotros, sus irresponsables huéspedes, desde el cambio climático, el incremento del nivel del mar y la amenaza a las zonas costeras, fruto de los incrementos de temperatura en las zonas polares y sus áreas de influencia, además de la reducción de los grandes glaciares que cada vez es más alarmante.
La contaminación de los océanos y mares, como el “7° continente” descubierto por Charles Moore en 1997, una gran mancha de basura de 1,6 millones de km2 y unas 80,000 toneladas de plástico que no para de crecer, con un grave impacto en la vida marina.
Los mares contaminados y la gran reducción de las grandes zonas pesqueras, reemplazadas por los nuevos modelos de producción pesquera en grandes zonas cerradas, que han afectado a extensas zonas de lagunas costeras y otras áreas como se ha reflejado en el sur de Chile en el cultivo intensivo de salmónidos en jaulas en el mar,que tiene un alto costo ambiental y que se oculta tras la demanda creciente de salmón en países como Estados Unidos y Japón lo que incentivó a que Chile aumente su producción a 900,000 toneladas.
Los desechos industriales que las empresas han dejado en los fiordos, como jaulas abandonadas, plásticos, boyas, cabos, etc.; la presión pesquera sobre especies silvestres usadas para harina y aceite de pescado que acaban como alimento de salmónidos son las interacciones negativas directas e indirectas sobre los mamíferos marinos y aves.
En Chile se utilizan 500 veces más antibióticos de lo que usa Noruega para producir la misma cantidad de salmones, y según la Organización Mundial de la Salud, para el 2050 la mayor causa de muerte en los humanos va a ser la resistencia bacteriana, y una de las industrias que aumenta la utilización de antibióticos a grandes niveles es la salmonicultura, y eso puede generar la resistencia bacteriana en el medio donde éstos se cultivan: el mar.
La pérdida de diversidad biológica nos la da lo que se conoce con el nombre de Índice Planeta Vivo Perfil, indicador del estado de la biodiversidad a escala global que nos informa que las poblaciones de vertebrados han disminuido casi un 30% en el período comprendido entre 1970 y 2007. Según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), si nos centramos en las especies de mamíferos existentes en el planeta, el 23% de ellas se encuentran amenazadas en mayor o menor grado. La degradación de su hábitat y la fragmentación de sus poblaciones suelen ser las causas principales de su declive, si bien la presión cinegética y la competencia con fauna doméstica también han desempeñado un papel importante en la desaparición de muchas de estas especies, hasta hace poco abundantes en la naturaleza en estado silvestre.
La revolución verde en los años sesenta plantearon que se tenían que producir más alimentos, que se debía ganar en eficiencia y productividad, y para ello en la agricultura como en la ganadería se introdujeron una serie de tecnologías que lo harían posible. Las semillas híbridas, las semillas transgénicas, los fertilizantes sintéticos, productos químicos como los herbicidas, las hormonas de crecimiento, etc., fueron las varitas mágicas de esta revolución agrícola.Pero no dijeron que, con la introducción de estas ‘mejoras’, el mágico proceso de producir alimentos solo a partir de la energía del sol y los abonos de la ganadería, acabaría convirtiéndose en un despilfarro de energía y que para producir una caloría gastaríamos diez.
Este enfoque ha dejado a la tierra extenuada, y buena parte de todos estos suministros ‘absolutamente necesarios para modernizar la agricultura’ vendrían con la patente de una multinacional como Monsanto en otros países. No se explicó que estos recursos, como el petróleo o los fertilizantes sintéticos, son finitos.
Pero no aprendemos, estamos en pos de una nueva utopía que llamamos energías sostenibles o renovables, la solar y la eólica. Pero deberíamos corregir la terminología porque si bien es cierto que el recurso es renovable,aunque te puedan hacer pagar por él o acabe cotizando en bolsa como los granos básicos o el agua, la tecnología actual de paneles solares o turbinas eólicas no lo es, ya que depende de materiales minerales que son finitos y poco abundantes o críticos como el litio o el cobalto y otros muy escasos; por algo los bautizaron como “tierras raras”.
Una turbina eólica contiene más de 300 kilos de neodimio, prometio y disprosio, elementos que son parte de esta exótica familia mineral, y en una placa solar, ‘solo’ el 5% de toda su composición usa estas tierras raras, pero la inmensa cifra de placas que se producen también da como resultado una cantidad altísima.
En casos de minerales como el cobre, el uso creciente ligado a estas tecnologías lo convierte en un recurso fácilmente agotable. Según la consultora Wood Mackenzie, “se necesitará un promedio anual de 450 mil toneladas hasta final de 2021 y de 600 mil toneladas por año entre el 2022 y el 2028, aunque para entonces varias minas ya habrán cerrado por agotamiento, generando un encarecimiento del precio de este mineral”. El uso de cobre en la electrificación de coches agotaría las reservas de este mineral en el 2050. O sea, que se puede anticipar la brutal aceleración minera que le espera al planeta a cuenta de la sostenibilidad.
Uno de los más reputados ecologistas de los últimos años, ex-editor de la revista TheEcologist, Paul Kingsnorth, que ha dejado de ser ecologista, y considera que los «verde» no conseguirán frenar lo que nos espera en el futuro: el fin de la civilización industrializada como la conocemos y el comienzo de una nueva era.
Hay dos motivos para haber llegado a ese punto, uno es que ninguna de las campañas ha tenido éxito, excepto a un nivel muy local ya que, a nivel global, todo va peor y el segundo es que los ecologistas no están siendo honestos consigo mismos.
Cada día se hace más obvio que el cambio climático es imparable, que la sociedad actual no es coherente con las necesidades del planeta, y que el crecimiento económico es parte central del problema;el futuro no va a ser verde, confortable y sostenible para 10,000 millones de personas, sino lo contrario.
ConDougaldHine, otro ex-periodista, reflexionamos que no sólo hemos descubierto que el movimiento ecologista está teñido de esa visión optimista, sino que ésta ha penetrado en sectores de la sociedad que deberían tener más conocimiento sobre el futuro real: el mundo de la cultura, que también se engaña sobre nuestras posibilidades de gestionar el futuro, dentro de este sistema.
Del encuentro, diálogo y acuerdos entre estos dos ex periodistas y ex verdes nació un panfleto llamado Incivilización: el Manifiesto de la Montaña Negra, que es una llamada a aquellos que no creen que el futuro será una evolución del presente; una llamada a aquellos que quieran forjar una nueva respuesta cultural a la situación, desde una visión realista de la verdadera posición de la Humanidad en el mundo amenazado y agotado.
La respuesta fue significativa y amplía a nivel mundial, dentro de los márgenes de las personas que viven esta problemática y han tenido ya experiencias en diferentes organismos y así se ha comenzado a formar un nuevo movimiento, pero lo más fascinante fue que el hilo conductor de la misma era similar a los planteamientos iniciales.
La mayor parte de las personas ya habían pasado por la fase de «Salvemos el planeta», ya no creían en ello, pero estaban interesados en encontrarse con gente que comparten su opinión y que están dispuestos a crear una nueva forma de mirar al futuro.
Esto es lo más emocionante en el Proyecto de la Montaña Negra, el haber puesto en contacto a gente de todo el mundo, de muy variada circunstancia: poetas, escritores, ingenieros, científicos, músicos, granjeros… todos unidos por una misma visión. Es una visión que hace sólo unos pocos años le habría parecido una herejía a cualquier ecologista, pero que está ganando apoyo a medida que se hace más obvia la incapacidad de la Humanidad para afrontar la crisis que ella misma ha creado.
Lameta es clara, no vamos a salvar el planeta, ya que lo que se está muriendo es nuestra civilización, y ni la tecnología sostenible ni el comercio justo lo van a evitar, es un tema del sistema que agoniza, luego de cinco siglos de dominación.
Una vez que dejamos de hacer como que lo imposible puede suceder, nos sentimos libres para pensar seriamente en el futuro. Esto es lo que el movimiento de la Montaña Negra va a hacer y así reunirá a muchas personas coordinadas por gente práctica con ideas para construir la era post-petróleo en el siglo del caos.
En el siguiente artículo analizaremos el manifiesto de la Montaña Negra y los planteamientos de sus principales actores.