Capitalismo catastrófico y Covid-19
“Nos están fallando a los jóvenes, pero los jóvenes están entendiendo la magnitud de su traición” Greta Thunberg.
Alfredo César Dachary
cesaralfredo552@gmail.com
La segunda década del siglo XXI, como en el anterior, fueron escenarios de grandes acontecimientos; en 1914 se cerró el ciclo de la Belle Époque con el comienzo de la primera guerra mundial y lo concluyó desde 1918-19 con la pandemia de la influenza española.
En la segunda década de este siglo, el Covid-19 ha acentuado, sin precedentes, las vulnerabilidades ecológica y económica interrelacionadas e impuestas por el capitalismo, abriendo la entrada al capitalismo de catástrofe, donde la crisis adquiere dimensión planetaria y más allá de lo económico, porque se juega la existencia de la vida humana en el planeta.
Esta etapa comienza en las últimas décadas del siglo XX, cuando la globalización adopta las formas de cadena de producción controlada por multinacionales, una mega red global que vincula diferentes zonas de la periferia con el centro de consumo, las finanzas y las acumulaciones mundiales en el corazón del sistema.
Estas cadenas globales son los principales circuitos del capital a nivel mundial, ya que permiten a las grandes transnacionales explotar a un bajo costo cantidades muy grandes de tierra y de mano de obra, para producir con grandes ganancias para el consumo de los países centrales, principalmente.
La ruptura irreparable en el proceso interdependiente del metabolismo social, que agudiza la relación destructiva del capitalismo con la tierra, fue inicialmente la que agotó la tierra y obligó abonar los campos ingleses con guano que traían de la periferia a fines del siglo XIX; ésta fue igualmente evidente en las epidemias resultantes de las contradicciones orgánicas del sistema, el cólera, la tercera peste y la fiebre amarilla entre las más “expandidas”.
En 1832, el cólera azota desde Asia a Nueva York, Londres, París y Montreal, la enfermedad para los sanitarios se propagó por el agua a lo largo del recién abierto Canal de Erie y el río Hudson, pero las autoridades no quisieron regular el tráfico que venía por las vías fluviales ya que perturbaría a poderosos intereses comerciales.
Según las ideas de la época, los contagios como el cólera se propagaban a través de nubes de gas maloliente llamadas miasmas, por ello el cólera, era «una enfermedad de la atmósfera llevada en las alas del viento y para protegerse de estos gases mortales, la gente quemaba barriles de alquitrán y colgaba grandes trozos de carne en postes, de los que se esperaba que absorbieran los vapores del cólera”.
Así en el siglo XIX, en el origen de la revolución industrial, las pandemias venían de lejos, como la peste negra y llegaban sobre las redes comerciales, sumada a la ignorancia sobre éstas y el poder del comercio creciente, no permitían tomar medidas preventivas eficientes, ya en esa época era la economía o la vida.
Así se construye hoy el marco teórico centrado en las formas duales y contradictorias de las cadenas de productos, que incorporan tanto valores de uso como de intercambio, y nos proporciona las bases para comprender las tendencias combinadas de crisis ecológica, epidemiológica y económica en esta etapa del imperialismo tardío, al cual se le denomina como el capitalismo de catástrofe.
Esto nos permite percibir que el circuito del capital bajo el imperialismo tardío esté ligado a la etiología de las enfermedades a través de la agroindustria y como esto ha sido importante en la generación de la pandemia actual.
A ello se le suma la alteración planetaria, engendrada por esta estrategia catastrofista, que se manifiesta en el cambio climático y el cruce en la actualidad de varios límites de sostenibilidad de la vida en el planeta, en el cual la actual crisis epidemiológica es simplemente otra manifestación más fuerte de esta compleja situación, que además deriva en una población enferma (obesidad, depresión y diabetes, entre otras) y además empobrecida y sin respaldo social del Estado.
Estas ideas preliminares que se vienen manejando en diferentes grupos de investigación desde hace más de medio siglo, inicialmente en la década de los 60’ donde se plantea y desarrolla la revolución verde, que algunos definen como el “segundo génesis”, cuando se comenzó a alterar con fines productivos la cobertura verde, el auge de los transgénicos, las semillas de diseño, los nuevos fertilizantes, el verdadero veneno: el glifosato y eso alteró grandes partes del mundo, no solo en la cobertura sino en los animales que vivían en ésta, desde las abejas a las hormigas, había comenzado un verdadero cambio de una nueva “creación”.
El tercer génesis viene atrás de éste y va directamente a los animales de consumo diario desde las vacas a las aves, desde los peces a los cerdos, todos doblemente uniformados, primero como grupos homogéneos, como clonados, lo cual es profundamente negativo y segundo condenados a una vida bajo presión para obtener mayor crecimiento, a través de todo tipo de productos, muchos de ellos tóxicos, hasta llegar al sacrificio para el consumo; éste es un tercer génesis, la creación se renueva nuevamente ahora en los animales.
Estas profundas trasformaciones desde la famosa semilla a la que denominaban“terminator” a la clonación de la famosa oveja Dolly, el hombre había comenzado a ejercer el poder tecnológico para terminar de transformar y adecuar la naturaleza a sus intereses, que son económicos y de poder, que deriva de la riqueza generada.
La soberbia es la contracara de la ignorancia, por ello nunca se pensó seriamente en sus consecuencias, ya que mayoritariamente se experimentaba en la gran periferia del sistema, pero las génesis fueron el complemento de la gran contaminación global, que responde a otra “interpretación equivocada”, los costos ambientales de la producción, que se plantean en la segunda ley de la termodinámica, y todo esto unido a la gran emisión que genera la creación de energía con petróleo que se expresa en la gran amenaza del cambio climático.
Aparentemente el fracaso del ecologismo, captado y manipulado por los organismos del poder, que les permitió crear ONG´scon importantes fondos, no frenó a los honestos científicos de la búsqueda real del impacto del antropoceno en nuestra civilización y sus amenazas.
En la última década apareció un nuevo enfoque holístico: una salud – un mundo, sobre la etiología de las enfermedades principalmente en respuesta a la aparición de enfermedades zoonóticas recientes como el SARS, el MERS, el H1N1, trasmitidas por animales a humanos, pero les tocó la misma suerte que al ecologismo, la captación y manipulación de esta teoría por la burocracia internacional que altera su esencia, lo que obligó a los científicos a buscar una nueva base teórica, que no sea apetecible por los grandes manipuladores de la naturaleza, o sea, los responsables de un potencial cataclismo, los que con sus acciones generan los impactos, y los que con sus omisiones crean una cortina de humo, bajo el paradigma ya muy desprestigiado del desarrollo sustentable.
Así se plantea una nueva estrategia camino a consolidarse como una teoría: Salud única estructural (SUE) que se basa en el primer paradigma “una salud un mundo”, y la tradición histórico materialista, que les permite ver las pandemias en la economía global contemporánea, conectadas a los circuitos del capital, que están cambiando rápidamente las condiciones ambientales.
Este enfoque histórico materialista representado en la Salud única estructural, se aparta del primer planteamiento holístico y amplía sus perspectivas porque se centra en la cadena de productos como impulsora de pandemias, descartando el enfoque habitual de las geografías absolutas, que se concentraban en determinados lugares en los que surgían nuevos virus sin percibir los conductos económicos mundiales de trasmisión.
Esto lleva a una visión errada al considerar a las pandemias como un problema episódico o acontecimiento aleatorio, como el cisne negro, y no como lo que es, el reflejo de una crisis estructural del capital.
Esta teoría termina adoptando el enfoque de la biología dialéctica, con los biólogos de Harvard, Richard Levins y Richard Lewontin, autores del libro “TheDialecticalBiologist”. Como conclusión o propuesta se plantea la reconstrucción radical de la sociedad en general de manera que se promueva un metabolismo planetario.
Rob Wallace, biólogo evolutivo y experto en fitogeografía para la salud pública en su obra “Big FarmsMake Big Flu”, se inspira en las nociones sobre las cadenas de mercancías y la ruptura metabólica, así como la crítica a la austeridad y a la privatización basada en la noción de la Paradoja de Laurderdale, según la cual; hay una correlación inversa entre la riqueza pública y las riquezas privadas, un aumento de estas últimas servía para disminuir la primera.
En esta nueva epidemiología histórico-materialista es claro el reconocimiento de la agroindustria mundial y la integración de ésta con las investigaciones detalladas de todos los aspectos de la etiología de la enfermedad, centrándose en las nuevas zoonosis.
Estas enfermedades, según Rob Wallace, son la consecuencia biológica inadvertida de los esfuerzos encaminados a dirigir la ontogenia y la ecología animal hacia la rentabilidad multinacional, produciendo nuevos patógenos mortales.
La nueva ganadería extensiva consiste en la cría de animales domésticos genéticamente similares (eliminando los brotes de fuego inmunes), en enormes criaderos de cerdos y vastos criaderos de aves, entre los más abundantes, además del ganado estabulado, expansión que se combina con una rápida deforestación y caótica mezcla de aves silvestres y otros animales salvajes con la producción animal industrial. Esto crea las condiciones para propagación de nuevos patógenos.
Los agro negocios se trasladan a la periferia global, por mano de obra y tierras baratas, extendiendo su línea de producción por todo el mundo. Así aviones, cerdos y humanos, desfilan por las grandes cadenas de abastecimiento mundial e interactúan distribuyendo nuevas enfermedades.
La pandemia no es un hecho aislado, emerge en medio de un sistema que mantiene la dualidad humanos-naturaleza, una dicotomía con muchos siglos de existencia, primero afirmada por la religión y luego sostenida por la ciencia positivista, una contradicción que ha costado muchas vidas y que solo algunos pueblos lo han logrado superar.