La sociedad del miedo
“El miedo es una muralla que separa lo que eres de lo que podrías ser” Anónimo
Alfredo Cesar Dachary
cesaralfredo552@gmail.com
Hoy nos enfrentamos, no sin gran asombro, a un nuevo tipo de amenaza. La mayoría de las plagas anteriores atacaban a pueblos pobres; ahora, a las ciudades más ricas, como New York, Londres y Madrid, entre otras; antes llegaban en las bodegas lúgubres de los barcos, entre el agua de sentina y hoy bajan de los aviones al terminar un viaje de turismo de negocios o de placer, en general.
Hoy se trata de reducir la población que pasa de la edad productiva, algo que es inversamente proporcional a la sociedad real; hoy los avances científicos han prolongado la esperanza de vida en los países con mayor desarrollo y, por ello, la jubilación se está corriendo de los sesenta a los setenta años y algunos ya plantean ampliarla más. Por ello, la denominada tercera edad es uno de los segmentos más atractivos para el consumo suntuario, turístico y de ocio en general, junto con el otro extremo: los jóvenes.
Pero lo que hoy nos sorprende, quizás, es por qué no hemos querido ver con claridad que pasaba a nuestro alrededor y, por ello, evadíamos la realidad, como algo excepcional hasta que nos llegó de frente y en el momento actual, y dejó de ser ficción para ser miedo.
El coronavirus no es algo que solo se puede leer desde el punto de vista de la medicina, que es la rama de la ciencia que lo trata, es mucho más y, por ello, nos cuesta asimilarlo, porque los indicadores hace mucho que estaban presentes entre nosotros.
El más importante es la desvalorización del humano, un proceso que está a mitad de camino luego de pasos fundamentales para justificarlo teóricamente y para preparar a la sociedad para ese proceso de la pérdida del homo-centrismo de la misma y su remplazo por nuevas formas de pensar, planificar y transformar.
La desvalorización de la vida es consecuencia de la nueva visión que hay a partir de unificar el genoma humano, de animales y de plantas en un común denominador: los algoritmos,y que estos mismos, en una base diferente, se dan en la robótica y se espera que sus resultados generen una inteligencia más avanzada a la que se denomina inteligencia artificial (IA) fuerte.
Las luces hace mucho que estaban prendidas; la revolución verde fue cuando el hombre asumió la condición de Dios y comenzó a transformar la reproducción, injertos y transformaciones de las plantas, las semillas y toda la vida vegetal, no la vimos, pensamos que era algo alejado de nosotros.
Luego vino un proceso similar, pero con animales, la famosa clonación de la oveja Dolly hasta la trasformación de vacas en fábricas de productos derivados de la leche que se extraen de éstas, los límites no se ven aún; y luego viene el hombre, y los indicadores ya son cada vez más claros, comenzando desde los trasplantes de todo tipo a la reproducción in vitro.
Las propuestas de las nuevas tecnologías van en dos caminos paralelos que se retroalimentan; por un lado, la tecnología que genera máquinas que van reemplazando al humano desde tareas mínimas, como un estacionamiento a complejas como la creación de vacunas utilizando IA y otras más. Por el otro lado, se ha destruido el mercado laboral mundial y, nadie dice nada, millones de personas abandonan África, Centroamérica y Sudamérica, partes de Oriente Medio, India y muchos más en busca de trabajo y darles un futuro a sus hijos.
Frente a esta procesión interminable a contramano de esa realidad está otra, la de los viajeros por placer, una contra-manifestación que no había dejado de crecer, ambas se cruzan en un lugar: la realidad, pero es difícil que se vean, al final el mundo es tan atractivo que “para qué ver tragedias”.
El trabajo estable se remplazó por el precario, las pagadurías y diferentes maneras de desvalorizar al humano a límites impensables para el siglo XXI, siendo sus mayores beneficiarios la estrategia de las nuevas tecnologías, ya que el individuo desvalorizado cae por debajo de todos límites, desde la violencia extrema al mundo de las drogas, el tráfico de personas y muchas más de la larga lista de la otra realidad: “la economía criminal”.
Hay una lectura que complementa a este proceso y, a la vez, lo explica y es la realizada por Byung-Chul Han, un filósofo coreano alemán, que hoy está a la vanguardia del pensamiento contemporáneo.
Él nos plantea que cada época tiene una enfermedad emblemática, la época bacterial termina con el descubrimiento de los antibióticos; la época viral, quedó atrás con las técnicas inmunológicas (gripe), dominado por el de adentro y el de afuera (enemigo) se repele todo lo extraño; y en el siglo XXI, es neuronal, no son infecciones, son infartos ocasionados por un exceso de positividad. La depresión, el trastorno de déficit de atención con hiperactividad y el síndrome del desgaste ocupacional.
Byung-ChulHan considera que la sociedad incurre de manera progresiva en una constelación que se sustrae por completo del esquema de organización y resistencia inmunológicas, y ésta se caracteriza por la desaparición de la otredad, que es la categoría fundamental de la inmunología, ya que cada reacción es frente a la otredad que es remplazada por la diferencia que no produce ninguna reacción inmunitaria.
La extrañeza, que al faltar aparece lo idéntico, y hace de la extrañeza solo una reacción de consumo, por ello lo extraño se reduce a lo exótico, por lo que hoy el turista o el consumidor ya no es más un sujeto inmunológico.
El paradigma inmunológico no es compatible con el proceso de globalización ya que la otredad que suscita una reacción inmunitaria se opone al proceso de disolución de las fronteras.
El mundo inmunológico organizado tiene una tipología particular, está marcado por límites, franjas, muros y vallas, que impiden el intercambio universal (desde fronteras a cotos). La hibridación que actualmente domina el discurso teórico cultural es diametralmente opuesta a la inmunización.
La desaparición de la otredad es porque vivimos en un tiempo pobre de negatividad; las enfermedades neuronales del siglo XXI siguen una dialéctica de la positividad, por ello son estados patológicos de exceso de positividad. La violencia no parte solo de la negatividad, también parte de la positividad, no de lo otro sino de lo idéntico, hay un exceso, “una obesidad de sistemas del presente”, sistemas de información, comunicación y producción.
En un sistema dominado por lo idéntico solo se puede hablar de las defensas del organismo en sentido figurado, lo idéntico no conduce a la formación de anticuerpos, la violencia de la positividad resulta de la súper producción, el súper rendimiento o la súper comunicación, ya no es “viral”.
¿Cómo se dio este cambio, que no hemos percibido plenamente? o lo vemos como cotidianidad y ya no nos asusta, es que pasamos una revolución, pero “de noche”, y consistió en transición de la “Sociedad disciplinaria” claramente definida por Michel Foucault a la actual “Sociedad de Rendimiento”, sociedad de gimnasios, torres de oficina, bancos, aviones, grandes centros comerciales y laboratorios genéticos.
En la sociedad disciplinaria que dominó hasta hace pocas décadas los sujetos eran controlados por la obediencia; hoy en la sociedad del rendimiento son sujetos, son emprendedores de sí mismos, se auto explotan para poder lograr sus metas del consumo que ofrece el mundo a cambio de dinero.
En la vieja sociedad disciplinaria era una organización de la negatividad a partir de la prohibición, mientras que en la actual sociedad del rendimiento se caracteriza por ser positiva, poder sin límites, porque éste lo coloca la sociedad donde cada vez son menos los poderosos y más los empobrecidos.
Pero al final, la diferencia terminal en lo negativo no es tan grande, ya que la sociedad disciplinaria y su negatividad genera locos y criminales, mientras la sociedad del rendimiento, produce depresivos y fracasados.
Este cambio de paradigma se da porque la sociedad disciplinaria llega a sus límites en la productividad y la prohibición alcanza su límite, por ello se cambia el paradigma. Así la positividad del poder de la sociedad del rendimiento es más eficiente que la sociedad disciplinaria del deber y, de ese modo, el inconsciente social pasa del deber al poder.
En la actualidad, el entretenimiento parece acoplarse a todo el sistema social y modificarlo correspondientemente, de modo que los sistemas generan sus propias formas de entretenimiento; así éste sale de lo que lo distingue de las noticias, por lo que el marco ficción como entretenimiento incluye noticias. Así se va borrando la frontera entre la realidad y la realidad ficticia que marca el entretenimiento y así éste se hace con la realidad.
Así es como el entretenimiento se eleva a un solo paradigma, una nueva forma del mundo y del ser, solo lo que resulta entretenido es real o efectivo, y esto nos lleva a que la realidad misma parece ser un efecto de entretenimiento.
Al final,el filósofo Guy Debord, medio siglo atrás, no estaba alejado de la realidad cuando decía: “… el espectáculo se presenta al mismo tiempo como la sociedad misma, como una parte de ésta y como instrumento de unificación. El espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas, mediatizadas a través de imágenes…”.
Así mientras cae el telón del espectáculo, el hombre comienza la retirada de esa función que siempre lo tuvo en la primera platea, mientras camina por el sendero de la incertidumbre, el que bien ha trazado la sociedad del miedo.