Inteligencia orgánica o artificial: algo más que una duda

  Por: Alfredo César Dachary. “La primera máquina inteligente es el último invento que el hombre necesita realizar” Raymond Kurzweil.

La Inteligencia Artificial (IA), nombre puesto pero rechazado por ciertos grupos de expertos, que no aceptan esta visión simplificadora porque éste es un tema que va más allá de la nueva tecnología. En realidad, implica redefinir el humano que se viene construyendo desde miles de años atrás, a partir de grandes saltos o etapas, del nomadismo a los asentamientos estables, del lenguaje a la escritura, de la comunidad libre al humano controlado, primero las mujeres y el matriarcado, luego los imperios, la esclavitud del hombre.

Sin embargo, hoy la humanidad se encuentra en un despertar, en realidad una verdadera pesadilla, que no consiste en darse cuenta que la máquina es como nosotros, sino en sentir que nosotros somos como la máquina, es decir, virtuales.

Jean-Pierre Changeux plantea que hay que pasar primero de lo mental a lo neuronal y así poder traducir todo el universo mental de esa manera: todo es neuronal y a su vez es algorítmico, por lo que todo lo que nos pasa puede ser algorítmico, idea presentada hace una década por Harari (“Sapiens. De animales a dioses”).

 Hay una singularidad de lo vivo y una de sus principales diferencias con el funcionamiento digital y algorítmico es que la singularidad de lo vivo no está dada por el nivel de información que puede manejar una conciencia o una inteligencia, sino por el principio orgánico de auto afectación, como sostiene Benasayag.

Esto significa que el cerebro no piensa, el cuerpo sí, y si el pensamiento provendría del cerebro, y lo trasladamos a la máquina, entonces ésta podría llegar a ser superior, pero hasta ahora no es así. El cerebro humano es un vector indispensable para el pensamiento simbólico, pero no piensa, sino que es capturado como un elemento de un sustrato más. Pensar hace parte de una combinación semiautónoma que captura al cerebro junto a otros vectores que participan del proceso de pensamiento y los cerebros, los paisajes y las máquinas se inscriben en la combinatoria que funciona como un aparato de captura.

La IA entraña una tendencia interna que alimenta la creencia de los transhumanistas y de un nuevo sentido común en ciernes en la desterritorialización completa, como si no debiera nada a su encadenamiento de lo vivo, de allí los problemas que introduce la máquina son entre otros, éstos.

La singularidad de una persona se engancha con un tipo de problemática, pero la máquina funciona de manera metafísica, ideas que se podrían trasladar como si fuera un software a otro soporte material. En el humano es al revés, ya que lo que interviene es la singularidad de los cuerpos, enganchados a partir de deseos, sufrimientos o marcas.

No es lo mismo tener informacion que tener experiencia, por ello es que lo que no puede hacer el Chat GPT, es decir, lo que todavía no llegó a hacer, ya que éste está en la frontera porque siempre busca nueva configuración.                                                                                                                                                         

La máquina puede hacer un poema en base a combinaciones, pero es escrito solo para un ser vivo, no puede hacer un poema sobre el atardecer, podrá tener toda la informacion para articular, pero el sentimiento como significado de la belleza del atardecer no.

Los humanos recortamos o experimentamos de acuerdo a un recorte que se debe a la percepción y la máquina no selecciona ni percibe nada, el captor tiene los límites que su estructura material le da y la máquina no puede percibir porque no le pasa.

Al Chat se le cargan millones de frases e imágenes y se va “auto educando”, mediante la suma creciente de información en tiempo real. El chat GPT no tiene fuentes de citas de referencia, junta información de todos lados, buenas y malas y lo que hace es agregar una información sobre otra y establece correlaciones bajo una lógica agregativa.

En la biología y la genética, la llegada del ADN consolida la ideología de la información y ella comienza a ganar terreno. El ADN no es un código separable de lo vivo, ya que son en realidad macromoléculas de aminoácidos en interacción, por eso si cambiamos la base molecular, no sería más un ADN sino otra cosa.

El epistemólogo Jean Petitot sostiene que se puede pasar de la ambigüedad del concepto a la exactitud del algoritmo, hasta llegar a considerar la vida como un conjunto de operaciones algorítmicas, olvidando de manera deliberada a las unidades orgánicas. Éste es el credo de base sobre la continuidad de la vida biológica y los artefactos, la inteligencia organiza y la IA: la idea que el algoritmo captó una esencia profunda del ser.

La construcción de esta equivalencia desde hace más de 40 años se viene dando, entre lo vivo y lo digital e informacional, es la condición para que hoy se piense en términos de subsunción de lo vivo por las máquinas.

La máquina coloniza a lo que llama el campo biológico, y cuando lo hace empobrece la capacidad de comprensión, porque la comprensión es un fenómeno natural, el cuerpo se comprende, la máquina recibe informacion, y en el cuerpo ningún organismo es simple, el organismo fabrica sus propios elementos.

Alexandre Koyré, en su libro “Del mundo cerrado al mundo infinito”, señala lo que es muy útil para entender estos temas; para éste el mundo cerrado es aquel en el que hay dioses, y donde no todo es permitido para el humano. En el universo infinito, el hombre solo le teme al hombre y si hay solamente humanos, el mundo se divisa como infinito, no hay nada que limite la potencia del hombre más allá de sus propios enfrentamientos. 

Desde hace más de medio siglo volvimos al mundo cerrado, porque experimentamos a partir de la gran crisis de la modernidad, del Antropoceno, y que no hay solamente el humano, ya que conviven otras especies y ecosistemas que debemos respetarlos y cuidarlos, en el marco de una gran amenaza, el cambio climático global.

La salida del Chat GPT fascinó a muchos y generó una sensación de límite a nivel del sentido común y del corporal, que acorrala en una pregunta ¿entonces yo que puedo hacer? Todo ello en el marco del colonialismo occidental que produjo la aberrante idea de que la razón podía gobernar; en la hipermodernidad la delegación de sus funciones en las máquinas se da desde el principio de la racionalidad como algo totalizante.

 Lipovesky señala que esta modernidad actual tiene que ver con el futuro, y para ello se revela contra las tradiciones, tiene un peso histórico sobre olvidar los vestigios del pasado considerados como opresores u obstáculos a la emancipación humana.

Para Lipovesky no es la modernidad la que controla al hombre, sino la hipermodernidad, una terminología que él acuñó junto con otros para determinar la nueva construcción del hombre en torno al presente.

El hombre actual se obsesiona por el presente que rodea todas sus actividades cotidianas en el ahora, y tras este gran espectro, Lipovesky desarrolló tres conceptos para describir y sustentar la hipermodernidad: el hipercapitalismo, el hiperindividualismo y el hiperconsumo. 

Hoy estamos ante una “Dictadura de las ideas cuando delegamos la comprensión del mundo en los algoritmos”, por otra parte, pueden ser totalmente racionales porque no tienen cuerpo, y el modo colonial y reduccionista de Occidente que identifica la inteligencia con la capacidad reduccionista y calculante del ingeniero. Cuando nosotros reducimos las otras dimensiones existenciales a la dimensión del cálculo, significa que en ese punto estamos colonizados en nuestra subjetividad.

La gente cree que hay que calcular todo, por ello el éxito de éxtasis que generó el chat GPT, en el fondo hay una creencia metafísica por la cual el todo es la posibilidad omnipresente y omnipotente del cálculo. El funcionamiento algorítmico no integra la complejidad del mundo, porque carece del frotamiento que está en la base de lo vivo con lo resistente del mundo.

Lo resistente del mundo no hay que pensarlo como exterior a lo orgánico, el frotamiento es interior, así hablamos de la construcción de “un marco fenomenológico a partir de la fricción interior con el mundo”, que lo vivo incorpora como la existencia misma de existir, no de funcionar.

Gilbert Simondon sostiene que la máquina no tiene un problema de integración, ya que no cambia de estructura, o sea, que no hay ya jamás incompatibilidad entre la estructura que posee y la información que adquiere, porque su estructura determina de antemano el tipo de información que puede adquirir.

Estamos describiendo la colonización técnica de lo vivo, comprobamos los efectos de la delegación de funciones en el cerebro y el cuerpo en general, pero aún no vemos por donde pasa el gesto decolonial. El tsunami tecnológico ya está tejiendo al humano de otra manera, la hibridación es un hecho y la colonización una tendencia creciente.

Lo cibernético no está en la vereda de enfrente, ya no hay distancia con lo humano, sino una coexistencia que tiende a volverse un funcionamiento común. No hay nada que “enfrentar”, para Rodolfo Kusch, un principio de descolonización es porque aparece una imagen posible de fagocitación, una metabolización de la técnica. Los grandes cambios se van realizado y la sociedad se va acostumbrando, como fue con Internet, el celular, la red y muchos más; el tiempo se acorta y el tema que pasa como alejado o de fácil captación oculta lo profundo que implica esta gran transformación.

Por Doctor: Alfredo César Dachary, México cesaralfredo552@gmail.com PSS 28/12/2024

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