El postrabajo: fin del trabajo o una nueva era

por Alfredo César Dachary Mx. “Los hombres que intentan algo y fracasan son infinitamente mejores que aquellos que intentan no hacer nada y tiene éxito” Lloyd Jones.

No sabemos exactamente como se dio el cambio del trabajo agrícola a la industria, con el fin del medioevo y el inicio de la revolución industrial. De levantarse con el sol y acostarse con la luna, a medir el tiempo por las sirenas de la fábrica, y a remplazar el verde de los campos por el color oscuro de los aceites, combustibles y demás materiales industriales; lo único certero es que fueron muchos cambios, pero al no haber registros, los números se amplían o retroceden según el interés del que los maneja.

Quizás una forma de medir el impacto, lo da la gran migración de europeos pobres hacia América, un desconocido, que en muchos casos hablaban otras lenguas, tenían costumbres, comidas y normas diferentes. ¡De qué magnitud fue la amenaza a la supervivencia que los empujan tras el mar a tierras y lugares desconocidos!

Para Rifkin desde el principio de los tiempos, las civilizaciones han quedado estructuradas, en gran parte, alrededor del concepto de trabajo, desde el hombre cazador y recolector del Paleolítico y el agricultor sedentario del Neolítico hasta el artesano del Medievo y el trabajador de cadena de producción de nuestros tiempos y, por ello, el trabajo ha sido una parte esencial e integral de nuestra existencia cotidiana.

En la actualidad, por primera vez, el trabajo humano está siendo paulatina y sistemáticamente eliminado del proceso de producción, desde fines del siglo XX y en menos de un siglo, el trabajo masivo en los sectores de consumo quedará probablemente muy reducido en casi todas las naciones industrializadas.

Una nueva generación de sofisticadas técnicas de las comunicaciones y de la información irrumpen en una amplia variedad de puestos de trabajo, y las máquinas inteligentes están sustituyendo, poco a poco, a los seres humanos en todo tipo de tareas, forzando a millones de trabajadores de producción y de administración a formar parte del mundo de los desempleados, o peor aún, a vivir en la miseria.

Los líderes más importantes, así como algunos de nuestros economistas más representativos, nos dicen que las cifras del desempleo representan ajustes «a corto plazo» producidos por importantes fuerzas de mercado que llevan a la economía mundial hacia una revolución industrial (estamos al inicio de la 5ª. Revolución industrial) y a la vez  sostienen y defienden la llegada de un excitante nuevo mundo industrial caracterizado por una producción automatizada a partir de elementos de alta tecnología, por un fuerte incremento en el comercio mundial y por una abundancia material sin precedentes.

Millones de trabajadores se mantienen escépticos ante este tipo de afirmaciones, pero cada semana más y más empleados se enteran de su despido inminente. En diferentes fábricas y oficinas, a lo largo y ancho del mundo, la gente espera, con miedo que no sea éste su día.

Al igual que una implacable epidemia mortal que se abre paso por el mercado, la rara y aparentemente inexplicable nueva enfermedad económica se extiende, destruyendo vidas y desestabilizando comunidades completas en su avance inexorable. En los Estados Unidos, las empresas suprimen más de 2 millones de puestos de trabajo al año, en los 80´y 90´; hoy el número es mucho mayor.

Por ello nos permitimos presentar las ideas de dos jóvenes pensadores, Helen Hester que es una filósofa, investigadora, escritora y activista feminista británica, y es miembro del grupo feminista Laboria Cuboniks y Nick Srnicek que​ es un escritor y académico canadiense, que actualmente es profesor de Economía Digital en el Departamento de Humanidades Digitales, King’s College London, y está asociado con la teoría política del aceleracionismo.

En un mundo donde la velocidad y el cambio constante son la norma, surge una corriente filosófica que no solo abraza estos elementos sino que propone intensificarlos es el aceleracionismo, emergente y controvertida, que se sitúa en la intersección de la política, la tecnología y la cultura, desafiando nuestras concepciones tradicionales sobre el progreso y la sociedad.

Nacido de las profundidades del pensamiento marxista y postmoderno, el aceleracionismo se ha ido forjando a través de décadas de reflexiones filosóficas y políticas, y la idea central que lo sustenta es revolucionaria, acelerar el capitalismo hasta un punto de ruptura, no para perpetuar sus vicios, sino para superarlos y abrir paso a un nuevo orden social y económico.

Esta filosofía ha sido moldeada y expuesta por una variedad de pensadores influyentes, cada uno aportando su visión única a este complejo y multifacético panorama.

En este trabajo se analizan parte de las ideas desarrolladas en “El trabajo y el fin de la historia”, publicado por Caja Negra en Argentina, y de otras aceleracionistas que complementan la visión de éstos.

Franco “Bifo” Berardi señala que la aceleración informática está provocando una mutación en la sensibilidad humana que acota drásticamente nuestra capacidad afectiva y de deliberación. Sin el tiempo y las capacidades cognoscitivas suficientes para elaborar la complejidad del mundo contemporáneo, nuestras acciones se ven reducidas a un grupo de automatismos pre condicionados por algoritmos y nuestra relación económica deja de ser un objeto de una negociación política, para ser consecuencia del dominio financiero.

El reciente renacimiento de las perspectivas del postrabajo ha tendido, sin embargo, a perder de vista el espectro completo del trabajo y se enfoca casi exclusivamente en el trabajo asalariado y, sobre todo, en las industrias y los empleos dominados por hombres. A raíz de ello, el trabajo de la reproducción social -que alimenta a los futuros trabajadores-, regenera la fuerza de trabajo actual y mantiene a aquellos que no pueden trabajar, por lo que reproduce y sostiene las sociedades, es en gran medida desatendido en las especulaciones sobre el «fin del trabajo».

Cuando el postrabajo imagina el fin del trabajo, normalmente visualiza robots invadiendo fábricas, depósitos y oficinas, pero nunca hospitales, hogares de ancianos o guarderías, por qué se pasa por alto este trabajo. Es que el trabajo reproductivo es sencillamente ignorado, por considerar que no es realmente trabajo. Esto es particularmente cierto en los casos en que las actividades involucradas no son remuneradas o tienen lugar en el ámbito de la familia.

André Gorz sostiene que el objetivo del postrabajo no debería ser liberar a la mujer de las actividades domésticas, sino ampliar la racionalidad no-económica de estas actividades más allá del hogar. Esto refuerza la idea de que el trabajo reproductivo es de algún modo especial y está más allá del alcance de las ambiciones del postrabajo, y es visto como un afecto autónomo, un esfuerzo que se hace por amor e incluso una resistencia postcapitalista.

La familia, asimismo, es entendida en general como un espacio de respiro frente al estrés y las presiones del mundo externo, y las relaciones íntimas en ella contenidas suelen ser consideradas un modelo para un mundo mejor. (No es casual que las empresas habitualmente quieran que los empleados se sientan como parte de «una gran familia»). 

En las últimas décadas, los intentos de rechazar o reducir el trabajo reproductivo han sido considerados arrogantes, mal planteados e incluso poco éticos. Solo sería cuestión de reemplazar a los humanos por máquinas y liberar así el tiempo para que aquellos florezcan. Pero ¿qué sucede cuando, como en el caso de muchos trabajos reproductivos, no es posible –o deseable– automatizar estas tareas?

El hecho de que no haya respuestas simples a este tipo de preguntas ha llevado a muchos a creer que la única esperanza para el trabajo reproductivo es valorizarlo o celebrarlo, o – en el mejor de los casos – repartirlo de forma más equitativa entre la población.

Propuestas radicales previas contra el trabajo doméstico han caído en el olvido y al parecer nos encontramos en un callejón sin salida: el postrabajo no tiene nada que decir acerca de la organización del trabajo reproductivo. 

El tiempo dedicado al trabajo reproductivo representa una parte inmensa y creciente en los países del capitalismo avanzado, y en la economía formal, la reproducción social es una fuente importante de empleos. El Servicio Nacional de Salud del Reino Unido, por ejemplo, es uno de los mayores empleadores del mundo, y para el año 2017 empleaba (directa e indirectamente) a cerca de 1,9 millones de personas. En Suecia, tres de los cinco principales empleos están relacionados con el trabajo de cuidado y la educación. En las últimas cinco décadas ha aumentado la proporción de empleos en los sectores de la salud, la educación, los servicios de alimentación, el alojamiento y la asistencia social.

En Estados Unidos, por ejemplo, el trabajo de cuidado viene absorbiendo desde hace décadas un porcentaje cada vez mayor del crecimiento en los empleos de baja remuneración (y asciende a 74% hacia la década de 2000). En los países del G7, los trabajos de reproducción social emplean alrededor de una cuarta parte o más de la población activa. A modo de comparación, en su apogeo en la década de 1960, Estados Unidos empleaba a 30% en el sector manufacturero. Si antes hablábamos de Estados Unidos como una potencia manufacturera, hoy debemos hablar de economías centradas en la reproducción de sus fuerzas de trabajo. 

Esta tendencia no hará más que continuar, ya que el futuro del trabajo no es la programación, sino el cuidado: más una cuestión de alto contacto [high-touch] que de alta tecnología [high-tech]. Prácticamente todos los empleos de mayor crecimiento en Estados Unidos giran en torno de las tareas de cocinar, limpiar y cuidar. Estos sectores generan casi la mitad de todos los nuevos puestos de trabajo.

Tendencias similares se observan en el Reino Unido, donde, de nuevo, más de la mitad del total del crecimiento neto del empleo entre 2017 y 2027 se producirá en sectores como la salud, la limpieza y la educación, el futuro del trabajo da por sentado que los sectores laborales dominantes serán altamente especializados, centrados en las competencias digitales y con salarios elevados, la realidad es que la mayoría de los trabajos del futuro probablemente no requerirán de una educación formal avanzada ni estarán bien remunerados. El tema es complejo, se trata del futuro de gran parte de la humanidad que, cuando se la analiza, no se considera a la mitad que no son empleados sino supervivientes en diferentes modelos y sistemas, ¿qué pasará si este grupo aumenta?, el reto va más allá de la tecnología, llega a la esencia de la vida, que no es una suma de algoritmos, sino algo más de acuerdo a la visión de cada uno.

Doctor. Alfredo César Dachary Mx cesaralfredo552@gmail.com PSS 15/09/2025

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