El futuro depende de lo que hacemos en el presente.
Mahatma Gandhi
Por Alfredo César Dachary *
En la post-pandemia se preveían dos graves crisis: la económica acelerada por la ruptura de las cadenas de suministros y la amenaza de una nueva pandemia, que en estos meses fue nuevamente planteada por Bill Gates.
Sin embargo, éste era el comienzo porque el mar de fondo es más complejo aún, el cambio climático global que se viene profundizando y el enfrentamiento cada vez más grave entre las mega potencias de Oriente y Occidente por la hegemonía, algo que nos recuerda las edades y agotamientos de los imperios.
La antesala regional ya está operando, la guerra ruso-ucraniana es un ensayo de un enfrentamiento mayor, al cual se le suman frentes en África, ahora tenemos Sudán, como uno de los más graves, el de Etiopía y Egipto por las aguas del Nilo, el de Yemen frente a Arabia Saudita en el Oriente medio y otros más que no han concluido aún, como el de la República Saharaui, frente a Europa y en el norte africano operado por Marruecos.
De allí que ciertos grupos ya consideran que el final de la civilización ya está aquí, pero son los que piensan en el sistema eterno, entonces en vez de entender la crisis como la mayor asimetría planetaria, que ha generado una las mayores magnitudes de pobres, intentan simplificar y colocar a éstos como los responsables de la crisis.
Paul Ehrlich, profesor de Biología de la Universidad de Stanford y autor de “La bomba de población”, plantea que el crecimiento desorbitante de la población junto con el consumo excesivo per cápita, sumado al imparable cambio climático, harán que la supervivencia en el planeta Tierra solo sea posible para unos pocos privilegiados, y el resto que ya vive esta tragedia ¿qué hará?
Desde la consolidación de Estados Unidos como potencia hegemónica al final de la 2ª. Guerra Mundial, este discurso era la justificación de un mundo cada vez más polarizado, y que amparó la inhumana campaña de esterilización a las mujeres pobres, para reducir la población, algo que estaba condenado a fracasar y así fue.
El miedo ante un hipotético e inminente fin de los recursos ha estado recientemente muy presente en la palestra mediática a través de las grandes voces agoreras de infortunios globales, lo que se dice es que una minoría consume como una gran mayoría, dado el nivel de adquisiciones que tiene y la propia sociedad del consumo que los lleva a una situación de consumo crónico como una “forma de vivir”.
Partiendo de las oscuras predicciones económicas del multimillonario Johann Rupert, propietario de la marca de joyas de lujo Cartier, que señaló que la “guerra de clases” tenía un carácter inmediato, ahora también hay que sumarle las de Ehrlich, quien exige una “redistribución de la riqueza sin precedentes” para atajar el consumo imparable de recursos y esa lucha entre ricos y pobres que tanto miedo le da a Rupert.
La población óptima para Ehrlich debería ser de menos de 2,000 millones de personas”, y la actual es de casi 8,000 millones, por lo que tendría que haber una reducción de 6,000 millones para que el planeta sea sostenible, desde su perspectiva, racista y clasista.
“Hay una creciente intoxicación de todo el planeta por productos químicos sintéticos que pueden ser más peligrosos para las personas y la vida silvestre que el propio cambio climático”, uno de los ejemplos más alarmantes son el uso del agroquímico para producir granos para la alimentación humana, que no solo envenena a los granos sino a la tierra y las zonas cercanas, muchas veces escuelas rurales operando con muchos niños.
Las soluciones son “difíciles” de aplicar “porque la gente no está convencida de estas ideas, la más urgente de todas, es reducir la población, comenzando por una amplia campaña para promocionar la anticoncepción moderna y el aborto y que tengan un gran respaldo y estén disponibles para todos, además de conseguir que las mujeres tengan los mismos derechos y oportunidades que los hombres”.
Sin embargo, la realidad ha ido reduciendo la población urbana, dado los costos de la vida, las limitaciones de vivienda y muchos países con alto crecimiento demográfico como México, que para 2030, la estimación de la población de 60 años y más mostrará un aumento considerable, quince de cada cien personas serán adultas mayores y para el 2050 el máximo poblacional se prevé en 140 millones. Los bloques de población joven, de 0 a 14 años y de 15 a 24 años, comenzarán a reducirse a partir de 2025. Es decir, la población en México envejecerá, un fenómeno vigente en Japón y gran parte de Europa.
Para Ramón Fernández Duran, la quiebra del capitalismo global sería entre el 2000 y el 2030, y la causa central, además de las ambientales y cambio climático, será el fin de la energía barata.
La historia del capitalismo se ha caracterizado por el consumo creciente y añadido de las distintas fuentes energéticas, sin embargo, la llegada del pico del petróleo, al que seguirá a corta distancia el del gas y, a continuación, como muy tarde en 2030, el del carbón, quebrará inevitablemente esta deriva.
La conjunción de los tres picos de combustibles fósiles disparará sus precios y cambiará inevitablemente el funcionamiento económico. Ya no van a existir fuentes energéticas baratas, asequibles y con alto poder calorífico en cantidades crecientes, como hasta ahora, y el sistema económico tendrá que vivir con un aporte de energía decreciente.
El mundo globalizado se sostiene sobre fuentes energéticas baratas y abundantes, ya que sin ellas el comercio mundial global en grandes cantidades es imposible y el sistema de traspaso de recursos, productos e información se haría imposible, frenando al sistema.
El crecimiento económico continuado, sobre el que se basa el capitalismo, no se va a poder sostener, ya que sin crecimiento es imposible que se mantenga una economía financiera basada en el crédito, entre otras cosas, porque la confianza se derrumbará. Este derrumbe vendrá por la drástica disminución de expectativas de devolución de los créditos, pero también por la imposibilidad de mantener el complejo militar de Estados Unidos con cada vez menos energía disponible, complejo que está en la base de su hegemonía mundial.
Es decir, que el fin del capitalismo global no va a venir solo, sino que llegará en conjunción con el fin de Estados Unidos como potencia hegemónica y la caída definitiva de la burbuja financiera en la que vivimos, haciendo de Occidente un polo más de una multipolaridad.
Por ello, parece que el elemento clave del fin del capitalismo globalizado no va a ser la contradicción capital – trabajo, sobre la que se han articulado la mayoría de movimientos sociales históricamente, sino los límites ambientales de nuestro planeta, que en muchos recursos ya están rebasados o muy cercanos a su límite natural.
Distintas sociedades humanas ya se han enfrentado a los límites de los recursos de sus territorios, y en todos los casos el final ha sido su colapso y este trastorno fue alentado por las élites gobernantes que tomaron decisiones que favorecieron la quiebra y desafortunadamente hoy la situación no es muy distinta.
Transformamos los grandes problemas ambientales, sociales y económicos en políticos, con lo cual no se logra ningún avance, aunque el tiempo corra en contra nuestra, un ejemplo de ello es la apuesta por la tecnología para «superar» la crisis ambiental. Esta es una decisión errónea que está dilapidando los pocos recursos que nos quedan (energéticos, económicos…) en continuar el ritmo creciente de explotación de la naturaleza, profundizando doblemente con ello la crisis ambiental.
Sin duda, éste es otro tema central de discusión en los movimientos sociales: nuestro posicionamiento respecto al uso de la tecnología y las falsas salidas «tecno-irrealistas». Sin embargo, el final del capitalismo global no es lo mismo que el final del capitalismo, lo que está en juego en este momento histórico es el final de la hegemonía absoluta de Estados Unidos, por un nuevo modelo multi-hegemónico.
Además, estas potencias regionales, en un entorno de recursos cada vez más escasos, incrementarán las guerras por ellos, y en este escenario los organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Organización Mundial de Comercio (OMC) o la Organización de las Naciones Unidas (ONU) irán teniendo cada vez menos sentido y capacidad de acción, algo que ya le está ocurriendo a la Organización Mundial del Comercio (OMC). Y esto dibuja nuevas cuestiones para los movimientos sociales que centramos una parte de nuestros esfuerzos en luchar contra organismos como el FMI. ¿Y después del 2030?
Posiblemente tendremos dos grandes escenarios que convivirán: uno caracterizado por el colapso caótico y brutal; el otro por un decrecimiento justo. En resumen, pasaremos de un siglo XX caracterizado por la expansión y lo complejo, a un siglo marcado inevitablemente por la contracción y la simplificación, esto si no se agudizan las contradicciones y vuelven las guerras por nuevos motivos además de los ideológicos: el agua, el litio, y muchos más.
Todos los escenarios son fruto de las políticas de Estado o de presión de los grandes grupos de poder, por lo que hay que preguntarse por los movimientos sociales, si sobreviven en medio de una sociedad individualista, no solidaria y profundamente consumista, que hace a cada sujeto un pequeño competidor, que subsiste entre la angustia y la necesidad.
Los movimientos sociales, hasta el 2030, probablemente estén caracterizados por la incapacidad de alternativas reales potentes y de resistir la presión despótica de las élites y esto se debe, entre otras cosas, a que no existe una estrategia clara ni conjunta de los movimientos, incluyendo los lugares del planeta donde están más fuertes, como América Latina.
La falta de una idea política aglutinante podría ser reemplazada por principios vinculantes como el orgullo nacional, la identidad regional, la historia social y de los pueblos originarios, los últimos luchadores contra el viejo colonialismo. El auge de China, India, Rusia, Turquía, países árabes, Brasil, Colombia y Sudáfrica, entre otros, es la esperanza de tener un planeta más equilibrado, mientras se construyen nuevas ideas que remplacen a las que nos vienen guiando que son del siglo XIX.
(*) Nació en Argentina en 1946. Es doctor en Ciencias Sociales, autor de una docena de libros y centenares de artículos científicos y de divulgación. Investigador y profesor universitario, director de proyectos y asesor de gobiernos, en los últimos años se ha dedicado a sistematizar conocimiento académico en torno al emergente tema del turismo.
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