Realidad y utopía: una dicotomía histórica

por Alfredo César Dachary Mexico: “Hay que encontrar maneras de hablar en el lenguaje de las nuevas audiencias” Fidel Cano. Director del Espectador. Colombia.

En uno de sus escritos más simple y, a la vez profundo, “Funes el memorioso”, Borges comenzaba a hilar su memoria en ese vasto e inagotable mundo de ideas que lo acompañó toda su vida y se transformó al final en la vista que había perdido, logrando cada vez entender mejor ese camino que transitó entre la realidad y la utopía.  La narración comienza con “…lo recuerdo, yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, sólo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto, con una oscura pasionaria en la mano, viéndola como nadie la ha visto, aunque la mirara desde el crepúsculo del día hasta el de la noche, toda una vida entera”.

Este era Funes, un verdadero hombre de campo de la Banda Oriental del Uruguay que representaba una cultura hoy en retroceso, la del mundo rural, que ingresa con el disfraz de moderno para implantar un tema muy antiguo, la sociedad contradictoria entre la minoría pudiente y la mayoría pobre.

En otro extremo de los recuerdos, en nuestra memoria vegetal que viene creciendo desde los tiempos de Adán y donde los seres humanos manifiestan sus dos grandes debilidades: la primera es la física, ya que todos morimos y la segunda es la psíquica, que al lamentar tener que morirse, debe buscar una forma de supervivencia después de la muerte, en sus recuerdos y obras.

De allí que la memoria cumple dos funciones, recordar los datos de nuestra experiencia previa y la otra es la de filtrarlos y dejar caer algunos y conservar otros, limitación que Borges explotó al extremo en “Funes el memorioso”, caso atípico de un humano que todo lo percibe sin filtrar y, a la vez, todo lo recuerda con todos sus detalles, un imposible hecho realidad.

Los ancianos articulan el lenguaje para entregarlo a otros humanos que van a continuar para ampliar y dar a conocer estas ideas que le preceden y éste es el nivel más evolucionado, “la memoria orgánica”, que registra y administra nuestro cerebro.

Con la invención de la escritura asistimos al nacimiento de una “memoria mineral” ya que se escribían en tablillas de arcillas o se labraban en la roca. Hoy nuevamente, como en los primeros tiempos, la memoria mineral es el soporte más importante en la actualidad, la memoria mineral de silicio.

 Gracias a los ordenadores tenemos una memoria social inmensa, con solo saber ingresar a las bases de datos, una bibliografía infinita de textos, documentos, pero no nos confundamos, no hay mayor silencio que el ruido absoluto, la abundante información puede generar la ignorancia. Estamos como Funes obsesionado por todos los detalles y perdemos el criterio de selección, al final no queda casi nada.

Con la invención de la escritura fue naciendo poco a poco otro tipo de memoria, que Eco le denominó vegetal, porque al comienzo el papel se hacía de papiro, luego de piel y, por último, el papel de corteza de árbol y otros productos afines.

El libro aparece antes que la imprenta en Occidente, pero en China la historia de la imprenta comienza 600 años antes de la época de Gutenberg, cuando los monjes chinos ponían tinta en el papel mediante un método conocido hoy como xilografía, en el que bloques de madera recubiertos con tinta eran presionados sobre hojas de papel.

De allí el gran poder del libro ya que permitió que la escritura se personalice, representaba una porción de la memoria individual y a veces colectiva, son el testimonio vivo de un pasado muchas veces ya inexistente.

Entonces la “necesidad” de dejar huellas que nos recuerden el pasado, son los grandes constructores de lo que hoy denominamos monumentos en vez de ubicarlos como testimonios, como son las pirámides, los obeliscos, ciudades y mucho más en esa selva de recuerdos donde “el explorador”  busca como primera tarea el entender la lengua en la que fue escrito este libro de piedra y otros recursos naturales y con ello comenzar el camino de identificar el pueblo y  los autores de la obra.

De allí la importancia de esta lectura, que es un dialogo con alguien que no está presente, quizás murió hace mucho tiempo, por alguien del futuro de ese autor o pueblo, para entender el pasado que se vivió y así evitar reincidir en errores, que muchas veces tiene un alto costo.

Así llegamos a lo que se denomina la hermenéutica, herencia en la mayoría de los casos de la “Era Axial” y la implantación del monoteísmo que transforma los recuerdos de ese pasado en las guías para el presente y el futuro.

Un culto a los libros “sagrados” como catolicismo y judaísmo con la Biblia, y los musulmanes el Corán, los budistas Tripitaka, luego los confusionistas con Los cuatro libros y los hinduistas con los Upanishades, más de 200 libros con leyendas místicas y explicaciones filosóficas escritas desde el 600 a.c.

Son las grandes narraciones históricas que se interpretan como pasado, presente y futuro, una característica fuera de lo que normalmente nos dan las páginas heredadas, pero que se han impuesto porque reproducen los dogmas de fe.

En los “tiempos modernos” emerge para el caso de los libros un tipo de coleccionismo de libros “antiguos” y a la vez valiosos más allá de su “edad”, es la bibliofilia, que es un vicio caro, solo practicado por los ricos, ya que su función es identificar los libros por su año de edición, y ubicar a los más “raros” y, por ende, los más “curiosos”. 

Un ejemplo extremo fue el remate en una casa especializada en obras de arte de la 1ª. edición del incunable “La Divina Comedia” por el que se llegó a pagar más de 1,500 millones, algo que no sorprende y a veces se obtiene más valor que una obra de arte, con la cual pueden coincidir por tres cosas: ser únicas, ser auténticas (no una falsificación que a veces también obtiene mucho valor) y ser reconocida por los expertos que serán los tasadores del valor de la obra o el libro.

La bibliofilia es el amor por los libros, que reúnen colecciones temáticas y solo leen éstas, pero ese es el bibliófilo en estado puro, los otros los coleccionistas son otro tema vinculado a juntar lo que ha sido el gran saqueo en los territorios conquistados y colonizados por Europa occidental, que hasta hoy enfrenta juicios para devolver lo que se habían robado del país en calidad de “coleccionistas”.

El bibliófilo individualista llega al extremo de manejar el libro como una verdadera pieza de museo, desde no cortar las páginas pegadas por no alterar el libro, al uso meticuloso de guantes para su manejo y evitar el deterioro que generalmente tiene.

De allí que el bibliófilo, entendido como un sujeto y no un gobierno o un gran museo o biblioteca, tiene un gran amor por el objeto libro, pero también su historia, ya que el conocimiento de ésta está en la base de la valoración de un “libro de colección o coleccionable”.

La diferencia entre bibliofilia y bibliomanía es mínima, pero existe y para entenderlo mejor recurrimos a un ejemplo. Al comprar un raro ejemplar, el bibliómano no lo muestra tiene miedo que se lo roben, y el bibliófilo, hace lo contrario quiere que todos sepan que lo tiene él, está orgulloso de su colección.

El bibliómano roba libros, el mayor ladrón individual de libros de occidente fue Guillermo Libri y los colectivos con apoyo del Estado como los grandes museos o bibliotecas como la Biblioteca Británica y los grandes museos postcoloniales, son los mayores saqueadores de patrimonio cultural, desde piedras talladas a libros encuadernados o en rollo.

El bibliócrata, no odia los libros, pero le teme a su contenido y por ello se opone a que otros lo lean. Un ejemplo ampliado de estas especies de raros sujetos está en la biblioteca más rica del mundo, la del Vaticano donde hay partes que no se pueden ver por los años que han pasado o lo que cuestionan y el resto bajo un estricto control, y también como las grandes bibliotecas mundiales tiene material integrado de manera “ilegal”.

Un ejemplo de la barbarie contra los libros y el valor que representan fueron las grandes quemas de libros de los nazis en el siglo XX y la destrucción de la biblioteca de Alejandría. A mediados del siglo III a.C., bajo la dirección del poeta Calímaco de Cirene, se cree que la biblioteca poseía cerca de 490,000 libros, una cifra que dos siglos después había aumentado hasta los 700,000.

El bibliófilo colecciona libros para tener una biblioteca, que no es una suma de libros sino un organismo vivo con una vida autónoma y que siempre está expuesta a la insidia del imbécil, que pregunta: “los leyó a todos” y las respuestas son diferentes según el que hace la consulta y el motivo, desde la ignorancia a la candidez.

El bibliógrafo corre el riesgo de convertirse en coleccionista ya que ésta es una pasión milenaria, aunque a veces el bibliógrafo y el coleccionista coinciden, en proteger divulgar, dar a conocer, socializar.

Al bibliófilo moderno no le asustan Internet y los CD, al contrario, le permite aumentar sus libros y cuando éstos desaparezcan pueda mantenerlos en CD u otra forma de memoria artificial. La forma libro está determinada por nuestra autonomía, puede haber libros muy grandes, pero son más decorativos o conmemorativos. La forma y tamaño de los libros dependen del tamaño de nuestra mano y junto a esta medida tenemos que la carcoma forma parte también de la pasión del bibliófilo.

El libro y la historia están unidos en su destino, recordar e informar, el libro y la magia y las falsas noticias también porque la edad es un estado relativo en el tiempo de aplicación y la magia y las Fake news, sobreviven hasta hoy y “gozan de muy buena salud”.     Antes las cosas “raras”, más bien no entendidas ampliamente se las dejaba en la parte de cosas extrañas, hoy nos sorprenden como cuando conocimos a la inteligencia artificial; siempre el libro o los escritos serán testigos de la historia

Doctor Alfredo Cesar Dachary. Mexico. cesaralfredo552@gmail.com PSS 20/04/2024

Creditos fotograficos: pexels-tima-miroshnichenko-9572536. pexels-furkanfdemir-6309864
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