Alfredo César Dachary. Mx. “Sin libertad la democracia es despotismo, sin democracia la libertad es una quimera” Octavio Paz.
Hace unos diez años que Christophe Guilluy, un geógrafo francés de vanguardia, había seguido el proceso del ocaso de la social democracia en Europa y la democracia muy particular de Estados Unidos, porque ambas experiencias habían iniciado su final en estas dos regiones centrales del capitalismo mundial.
Si bien fue Estados Unidos que al comienzo de los 70’, luego de un cuarto de siglo de desarrollo excepcional, en donde emerge la sociedad del consumo y lo que se conoce como el American Way of Life en ese país y el Estado del bienestar en Europa occidental, la dinámica económica de Estados Unidos comienza a reducirse y ciertos hechos que lo reflejaron lo llevaron a plantear medidas extremas, para recuperar su dinamismo que había generado el triunfo de la Segunda Guerra Mundial.
La crisis de Estados Unidos que se reflejaría en Europa viene de la combinación de varios hechos graves ocurridos en los 70’; el primero es la retirada del ejército norteamericano de Vietnam, ocultando una gran derrota similar a la de Corea, en un momento histórico donde lo que jugaba era recuperar la soberanía y libertad de los pueblos oprimidos o colonizados, o sea, explotados al límite.
Esta guerra había sido un motivo de los jóvenes para rebelarse contra un gobierno que los envía a un conflicto armado que su país promueve y que no está asociado a una amenaza al mismo, sino a frenar el auge de la emergente China y la URSS, sus nuevos enemigos de la guerra fría
La segunda crisis fue la deuda, ya muy grande e impagable que lleva al gobierno federal al retiro del patrón oro como respaldo del dólar, una fórmula construida desde el poder ante un evidente default, que afectó a todas las economías que dependían del dólar.
La tercera fue el petróleo, que en 1960 generó la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) , que en sus primeros diez años de funcionamiento no fue muy eficaz en la defensa de sus intereses, pero a partir de 1971, tras los Acuerdos de Trípoli y de Teherán se convirtió en un poderoso cártel petrolero, capaz de presionar sobre los mercados de crudos con gran vigor, bien elevando directamente los precios, bien haciéndolo indirectamente al reducir la oferta mediante el establecimiento de cuotas de exportación a sus miembros. La integración de la OPEP como un verdadero cartel de producción mundial y comercialización del petróleo y el gas, bajo el poder de los emergentes países musulmanes, integró a la mayor reserva petrolera de América: Venezuela.
A ello se le suma el control militar de la gran región productora que se mueve en la región del Golfo Pérsico, a partir de un acuerdo con las monarquías para defenderse de potenciales agresiones externas, en plena guerra fría y en la etapa de descolonización y revoluciones por la independencia de las excolonias.
De esta crisis sale un recambio del modelo capitalista denominado neoliberalismo, que más adelante se le adjuntará el globalismo, y esta experiencia se inicia en Estados Unidos en la presidencia de Richard Nixon y en Europa con el ascenso de la primera ministra conservadora.
Margaret Thatcher, primer ministro del Reino Unido, plantea en una frase la síntesis y objetivo de su gran transformación al sostener que: “…La sociedad no existe” solo hay individuos, logrando predecir treinta años antes el impase en que están atrapados los países occidentales en la actualidad, ante la crisis de sus sociedades.
Al iniciar la “Dama de Hierro” su política de privatización y “reducción del Estado” lo justificaba en el hecho de que los trabajadores “…esperan demasiado de la sociedad y anteponen sus derechos sociales en detrimento de sus deberes…”.
Hoy, el proyecto conservador inglés se ha impuesto en el mundo occidental, después del triunfo del Brexit, o sea, la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, que le ha significado una profunda crisis en la sociedad y en los niveles de vida, algo impensable en el siglo pasado.
En 1994, el historiador Christopher Lasch mencionaba que la secesión de las élites es más amplia, ya que abarca las propias clases dominantes, la de los ganadores, que se ha bunkerizado para sobrevivir en una sociedad cada vez más anárquica e insegura, algo imposible de creer en la actualidad, aunque es ya una nueva realidad.
La caída de la URSS, en la última década del siglo XX, dejó obsoleta a la social democracia, un capitalismo con base social, y ello empujó la transformación del sistema a la nueva situación que hoy se da en los países más desarrollados.
La ruptura o el abandono del orden social lleva a ésta a una crisis de representación política, la atomización de los movimientos sociales, las burguesías se encierran en sus fortalezas (bunkerizan) mientras las clases populares se asilvestran, para unos, y marginan para otros.
El comunitarismo se transforma en segregacionismo étnico, la sociedad de los cotos y otros signos de agotamiento que ya hacen imposible construir una sociedad, mientras las clases populares resisten tratando de conservar su capital social y cultural.
En consecuencia, sin poder económico ni político, las clases populares ejercen presión sobre los de arriba, que a la defensiva han comenzado a replegarse geográficamente e intelectualmente. En Europa, la clase media según los países se ha reducido entre el 50% y el 70% de su total, y la caída de gran parte de ella integra hoy las clases pobres.
Con la desaparición de la clase obrera se concentran los más ricos, sin embargo, hay un sector de la clase media que valida el sistema de hoy, ya que es una sociedad en mutación y mayoritariamente con un bajo nivel político.
En los países más desarrollados, las ciudades más pequeñas suburbanas son las que más sufren esta situación de pobreza, y la clase media degradada se traslada a las periferias urbanas. Un poderoso movimiento cultural de la clase media empobrecida revela el secreto de la globalización: “La desaparición de la clase media occidental”.
Ante estos cambios, la clase con mayor poder minimiza el orden dominante, presentándolos como una reacción irracional y marginal de una minoría deplorable de obreros o analfabetos, subestimación que alimenta a los grupos extremistas y populistas.
En Europa, después de los obreros, los empleados, los campesinos, hoy son los profesionales intermedios y los jubilados los que deben sufrir los efectos negativos de la globalización, problema que también es importante en Estados Unidos.
En Francia no había una tradición de dividir el mundo urbano del rural, pero con estos grandes cambios comienza el proceso de bunkerización de los de arriba y su corolario, la entrada del neoliberalismo empuja a la Francia periférica y popular a mucha gente.
A mediados de los 80, con el Frente Nacional, el historiador Marcel Gauchet, plantea el concepto de “Ruptura social”, que sirvió para desmentir o mostrar el rechazo a la globalización económica.
En el 2004, los geógrafos Christophe Noyé y Christophe Guilluy hicieron un estudio del voto del Frente Nacional, y comprobaron que al alejarse de las grandes ciudades y centros más emergía el voto popular. A partir del 2000, el Frente Popular entra a los grandes núcleos periféricos de la desindustrialización y de los inmigrantes.
Para Régis Meyran, en el prólogo al último texto de Enzo Traverso, analiza la situación actual al sostener que las sociedades occidentales sometidas a repetidas crisis económicas, en la hora de la post ideología y el rechazo a un sistema democrático maltrecho, son parte del auge de la extrema derecha, algo sorprendente como preocupante.
Pero este nuevo tipo de partido, de ideología fluctuante, no se puede denominar fascista como los antecesores de Italia, Alemania o España y Portugal y, por ello, él aconseja reescribir la historia de “esta nueva derecha”, para diferenciarla de la del siglo XX.
El voto de los relegados, los marginados, alteran totalmente el equilibrio al introducir la fractura social, ya que las disensiones de antes han muerto, las nuevas fracturas son visibles y no oponen extremos como antes izquierda – derecha, sino los que ganaron con la globalización y los que perdieron con el mundo globalizado y digital, que se alejan de los grandes centros para no volver por los costos elevados de la vida.
En los 80´, con la instalación del neoliberalismo, los expertos planteaban que el populismo se limitaría a las zonas desindustrializadas como reacción, a un mundo camino a desaparecer, pero la reacción rebasó estas zonas y pasó al mundo rural y de allí a las ciudades medias y pequeñas también afectadas por la desindustrialización.
En la actualidad está pasando a zonas industriales activas y residenciales, ambas de empleo directo, en donde se dan nuevos despidos a consecuencia de la debilidad del sector comercio, con lo cual la resistencia se amplía.
Así en el primer mundo emergen nuevos continentes de populistas, dominados por los que les fue mal en la globalización: desempleados, jubilados y marginales en general, común denominador de pobres o solo “sobrevivientes”.
La desaparición de la clase media en Europa occidental, no podía hacerse presente ya que la desaparición presupone la debilidad del modelo, pero no es capaz de darle forma a una sociedad. El progresivo infantilismo de las sociedades occidentales, que son incapaces de asumir y pensar nuevas conflictividades les está quitando la vanguardia, porque gran parte de la mano de obra anterior de la ex clase media hoy es reemplazable, y el sujeto “libre” de ataduras se adecua tanto a ser un marginal o un cuentapropista del mundo de la pobreza.
Doctor. Alfredo Cesar Dachary . Mexico. cesaralfredo552@gamil.com PSS 06/082024
Créditos fotográficos.: a 25 pexels-vincent-ma-janssen-2698473 – pexels-markusspiske-2990650