Del mundo privado al hedonismo de masas

“El capitalismo funcionaría mucho mejor si pudiese funcionar sin nosotros; lo único que le sobra para ser perfecto son los hombres” Santiago Alva Rico.

Alfredo César Dachary
cesaralfredo552@gmail.com

Para Noam Chomsky, no ha habido otro momento de estas características en la historia de la humanidad, quien dijo que la pandemia del coronavirus ha hecho de estos tiempos los más oscuros de los que se tenga memoria. Chomsky explicó que el presente representa un «punto de confluencia de distintas crisis muy graves», entre las que se incluyen una amenaza de guerra nuclear, cambio climático, la pandemia del coronavirus, una gran depresión económica y una contraofensiva racista que tiene como epicentro a Estados Unidos.

Los profundos cambios que generó el capitalismo en la sociedad a todos los niveles, crean al mismo tiempo cambios y consecuencias que se van entrelazando, siendo unas las causas de otras, en este largo camino que hoy vivimos que es el antropoceno, la primera era donde el cambio lo maneja el humano.

Por ello la globalización, el cambio climático y la industria alimenticia determinan que cada vez sea más difícil distinguir entre muerte natural y muerte inducida y es que el capitalismo erosiona o suprime las diferencias entre cosas de comer, de usar y de mirar, guerras, crímenes o epidemias.

De allí que el desarrollo que ha transformado, expoliado y destruido gran parte de la naturaleza, ya no “prístina”, para aumentar la producción de alimentos, está en la base de la actual pandemia, ya que estamos hablando de una zoonosis, o sea, la reducción de los espacios de la naturaleza que hace que animales y sus virus se acerquen al hombre y de allí se dé un “salto”.

Para Bauman, los “consumidores fallidos” son los que pierden su futuro, pese a trabajar mucho, a manos de las hipotecas abusivas, los intereses moratorios y la opacidad en la información. Los que pierden su retiro, sus seguros médicos y demás prestaciones sociales en la transformación que realiza el Estado neo liberal para hacer del trabajo una mercancía cada vez de menor costo.

Así nos introducimos a una democracia sin ciudadanos, la cual es rehén del mercado, o sea, una sociedad que se divide entre consumidores y consumidores fallidos, que es la división más suave, ya que la otra que abarca a cerca de la mitad de la población mundial se divide en pobres y sobrevivientes, aquellos que están sujetos cada día a una especie de lotería en el cual diariamente se sortea su destino entre la supervivencia y el final.

A través de los consumidores fallidos, que debido a la ideología que se ha impuesto se sienten culpables de perder su salario, su casa, pero a su vez el consumidor triunfante es también un ciudadano fallido, ya que su existencia revela el fracaso del concepto de “ciudadanía”.

Hoy ya no hablamos de clases sociales, ya que nos medimos a nosotros mismos tomando como referencia nuestro ideal de consumo y eso nos permite medir nuestra “capacidad” de acceso a mercancías y de adquirir nuevas deudas que se transformarán en un escalón de consumo y de medición social y, a la vez, un grillete económico que nos estará asfixiando y recordando lo que en realidad somos.

La crisis ha aumentado el número de “consumidores fallidos” y ha dejado al desnudo la crisis más profunda del sistema institucional y los límites de las llamadas democracias de mercado, ya que el gran impacto de la pandemia deriva de la pobreza reinante y la falta de reservas existentes, que empuja al ciudadano a la calle, para sobrevivir.

Por ello es que todas las grandes crisis históricas han producido siempre una contracción de lo colectivo a lo individual, un retorno asustado al interior de uno mismo, el individualismo profundo y competitivo y es que a la sociedad post moderna le atraviesa un miedo a compartir con los otros.  

En los 60´s, Pier Paolo Pasolini denunciaba la disolución de todas las culturas populares de resistencia como efecto de lo que él llamaba el “hedonismo de masas”, lo que nunca había logrado el fascismo lo había conseguido sin violencia el coche y la televisión, la sociedad del consumo y la alienación total.

Bernard Stiegler define un nuevo fenómeno que es la proletarización del ocio que ha acelerado este proceso de disolución de lazos para imponer lo que es un nuevo modelo, que Alva Rico denominó como “el dominio de los solteros”, que son porque están sueltos, sin compromiso y pueden estar efectivamente casados.

El soltero es la unidad económica más funcional en un capitalismo financiarizado y de consumo, ya que en un mundo de solteros que se relacionan por separado, uno a uno, con mercancías sueltas, – mercancías a las que a veces llaman “coches” y a veces “hijos”-, la posibilidad de construir alternativas democráticas colectivas queda impedida de raíz, sin ningún ejercicio de represión o con muy poca represión.

Lo más paradójico es que cuando estalló la crisis, y mucho más cuando se inició la pandemia del coronavirus,descubrimos que lo que queda de éstos se ha refugiado en la familia, como último sostén o defensa.

Pero el individualismo es mucho más que los solteros, llega a lo profundo de la familia y rompe la dicotomía histórica de lo público y lo privado, acompañando la tarea del mercado que ha subvertido el sueño democrático liberal, y ha vuelto completamente opaco al Estado y completamente transparentes los cuerpos y las almas.

En los Estados totalitarios se controlan a los ciudadanos hasta en la alcoba, y esto nos parecía un oprobio, pero luego vemos que, en las mal llamadas democracias de mercado altamente tecnológicas, los ciudadanos y ciudadanas abren estos lugares íntimos de manera voluntaria y entusiasta a las empresas y éstas a los Estados.

Lo que en un tipo de Estado es control policial, en la “democracia” es control digital, y en ambas este dato tiene un alto valor en el mercado, industria de los datos, y hoy la gente no deja un solo lugar para intimidad ya que parecería una vergüenza no tener un secreto más o menos escandaloso que contar.

La tecnología ha penetrado en la sociedad y, como siempre, se va transformando en la base de una nueva “civilización”, pero esta vez va más allá de incrementar la producción, ahora se orienta en remplazar al humano, de allí la frase inicial: el capitalismo funcionaría mucho mejor si pudiese funcionar sin nosotros; lo único que le sobra para ser perfecto son los hombres.

  Por ello es que el avance de las tecnologías, especialmente de la inteligencia artificial no se limita a la automatización del proceso de trabajo y las finanzas, sino que va más lejos, ya que parecen querer eliminar los “errores” en las “decisiones”, lo cual eleva el control de éstos sobre toda la sociedad.

El silencio está lleno de palabras, incluido las que no queremos escuchar, como la llamada “industria del entretenimiento”, pensada para evitar el silencio y el aburrimiento y para proletarizar el ocio e impedir todos los procesos de individualización que tienen que ver con la memoria personal, pero también con la diferencia creativa.

Una sociedad en la que está prohibido el aburrimiento, que es matriz de todos los inventos, madre de todos los “vicios”, es una sociedad en peligro de muerte, y si se repara en el hecho de que esos procedimientos materiales de fuga organizada del turismo a las nuevas tecnologías erosionan al mismo tiempo la conciencia y el planeta.

Para el capitalismo, como pensamiento hegemónico, se refiere a la juventud de manera triunfal, ya que afirma que “ninguna generación ha vivido mejor”, y tiene algo de razón, pero el costo es peor ya que “tampoco ninguna ha tenido menos perspectivas de futuro”.

Los Estados que han sido definidos por Estados Unidos como dictaduras siempre han tratado políticamente a los ciudadanos, ordenado su vida a la vez que le dan el apoyo de un Estado del bienestar y, por eso, se plantea que no son ciudadanos, más bien se los considera como a “niños”.

Pero ocurre que, en los otros Estados, los mal llamados democráticos también se los trata como a niños, desde un punto de vista antropológico, para lograr imponer como estilo de vida el capitalismo consumista. No hay amenazas, no hace falta, ya que los soborna con mercancías baratas, con gadgets tecnológicos y televisión basura; la diferencia hoy entre estos dos modelos es que en el primero el Estado y la sociedad funciona de manera eficiente, y en el segundo es lo opuesto, no por ineficacia sino por controlar la caída cada vez más fuerte de la hegemonía.

 El año 2011 fue un momento de reivindicación global de la ciudadanía por parte de juventudes de diferentes países que vivían situaciones políticas distintas, pero bajo un imaginario común; un momento de reivindicación democrática de la ciudadanía revertido trágica y rápidamente.

La advertencia es clara y posible de extrapolar a la actual post-pandemia, o sea, se deja a los jóvenes acceder a “la mayoría de edad”, dándoles medios económicos y políticos de participación en la vida pública o sus revueltas adquirirán formas cada vez con más fuerza e identidad propia.

Pero desde el 68´y los movimientos juveniles a hoy, éstos tienen mayor posibilidad de incidir en los cambios, para no pasar a ser el cementerio de ilusiones muertas.

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